Los ilustres ausentes y otros fuegos
Javier Maroto recurrió al tono solemne para expresar su indignación, y eso que era Nochebuena, un día como que le pega más la modulación pastorcilla. Pero el alcalde de Gasteiz, que cuando lo dijo estaba junto al ministro Alfonso Alonso, se puso en modo ofendido y quiso realzar su protesta ante semejante discriminación: ningún jugador del Alavés había sido convocado para disputar el partido entre la Euskal Selekzioa y Catalunya. “Este es uno nuevo desprecio a la ciudad”, enfatizó Maroto. Con la misma irritación se expresó el club babazorro, recordando además que había incluso uno de Osasuna (Roberto Torres), que también está en Segunda y encima son navarros, mientras ellos pertenecen al Territorio Histórico de Álava, que como todo el mundo sabe está en la Comunidad Autónoma Vasca, puntualizaron en la nota por si acaso hubo un lapsus calami. El comunicado concluía así: “A la vista de los hechos, el Deportivo Alavés renuncia a asistir a cualquier acto oficial organizado por la Federación Vasca para festejar dicho evento”.
Por si le sirve de parco desagravio tanto al Alavés como al ínclito Maroto, dirigiendo a la selección catalana está Gerard López, que jugó en el Glorioso a finales de los años noventa... Es curioso. Ni el alcalde de Lleida, ni el de Girona o el de Tarragona pusieron el grito en el cielo, pues a Gerard no se le ocurrió convocar para el evento a jugadores del Girona FC, Nastic o de la Unió Esportiva Lleida, aunque a lo peor no lo hicieron porque son unos desafectos, y no porque los potenciales seleccionables de los respectivos equipos de sus ciudades fueran meridianamente mediocres en comparación con el elenco de futbolistas elegidos para la ocasión, y la ocasión requiere que para representar a Catalunya o a Euskadi se debe reclamar a los mejores, y me parece que los chicos del Alavés... pues qué quieren que les diga.
Ahora resulta que Javier Maroto se ha vuelto un entusiasta de la causa y seguro que cualquier día de estos le vemos pancarta en mano plantado frente a la Moncloa reclamándole a grito pelado a Mariano Rajoy la oficialidad de la selección vasca, pues no encuentro otro empeño ni menor anhelo en tan vigorosa reivindicación. Me pregunto si Maroto habría sentido la misma sensación de desprecio en el caso de que el marginado hubiera sido un futbolista virtuoso, nacido en Santikurutze Kanpezu, pero de estirpe magrebí.
Maroto añadió en su demagógica proclama: “Alguien en Bilbao ha tomado una decisión equivocada”, y ahí sí le doy la razón si se refiere a Ángel María Villar, a la sazón presidente de la Federación Española de Fútbol y vicepresidente de la FIFA y de la UEFA, personaje con poder y posibilidades (y demasiado agarrado a sus prebendas como para poner en peligro sus privilegios), y uno de los principales obstáculos para que las selecciones vasca y catalana puedan disputar de ley las competiciones internacionales, tal y como históricamente lo han hecho las muy británicas Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, y más recientemente Gibraltar, para coña y escarnio de Maroto y sus ilustres colegas de partido y todos aquellos que apelan a la obligatoria necesidad de un Estado para conceder derechos que pertenecen al pueblo que los reclama.
El balón echó a rodar y el acontecimiento prosiguió a ritmo de fiesta. Brillaron por su ausencia los nostálgicos de la kale borroka, lo cual también refleja y pone en valor (para que nadie se agarre a la crónica negra para recargar su bilis) el sentido cívico de la demanda. Quizá mereció más Catalunya, que pudo contar con sus mejores elementos, salvo Cesc Fàbregas, que como todos los jugadores de la Premier carece de vacaciones. Por eso tampoco pudieron ser convocados Azpilicueta, Monreal, Arteta... El Real Madrid no dio permiso a Illarramendi, Xabi Alonso se ha borrado por resentimiento hacia San Mamés (allá él y su compromiso vasco) y Fernando Llorente sin embargo quedó marginado, con lo que le gusta al hombre estas salsas, sea con la española, Euskal Herria, de la cual fue paladín, qué cosas, o la de Madagascar, que bien se agarra a la bandera según convenga.