Estamos en pleno paréntesis liguero a causa del virus FIFA, tregua que sirve para que algunos clubes puedan restañas sus heridas y tomarse un respiro, y estoy pensando en los regresos con lozanía de Aduriz y Muniain al Athletic ante el abigarrado calendario que aguarda a los muchachos de Valverde, pero sobre todo provoca quebranto, mayormente entre los aficionados, que tienen que tragarse (tampoco es obligatorio) partidos petardos y encima aguantar soflamas patrióticas.

En nuestro entorno, a Osasuna le han hecho el avión, pues se quedó sin seis futbolistas internacionales, ya que en Segunda la noria no se detiene, y perdió ante la Ponferradina en El Sadar. La Real Sociedad, en cambio, el parón lo aprovechó para presentar con sosiego a su nuevo preparador, el escocés David Moyes; un técnico de campanillas que cobrará un pastón por intentar regenerar a un equipo deprimido y descarriado, aunque con muchas ínfulas, eso sí. Llama la atención cómo fue gestado su fichaje, que más bien parecía el parto de los montes. De no haber fructificado la contratación del exentrenador del Manchester United, la alternativa era Pepe Mel. Es como si para adornar la pared de nuestra casa pensáramos en un angelote de Boticelli (lo cual es mucho suponer), y en su defecto colgamos un desnudo de Modigliani. O pretender a Joaquín Caparrós y traer a Marcelo Bielsa. Buscando una explicación, a lo mejor es que su secretario técnico, Loren Juarros, arrastra algún tipo de trauma juvenil que le agita el subconsciente, consecuencia de su experiencia con el Athletic, que le compró a precio de reputado delantero para transformarlo en aplicado central despejador, que no es lo mismo, en aquella desesperada decisión de Javier Clemente durante su segunda etapa rojiblanca.

Pero el virus FIFA, sobre todo, ha sido un auténtico calvario para algunas selecciones ilustres, y estoy pensando en Alemania. Por si no fuera poco castigo perder el tiempo y gastar luz en iluminar el Franken-Stadion de Nüremberg para enfrentarse a una cuadrilla de amigotes, pues eso es la selección de Gibraltar, la campeona del mundo ha tenido que soportar el escarnio por meterle sólo cuatro goles al equipo del Peñón. “La debacle del 4-0”, tituló Der Spiegel. “Viejos: contra nosotros casi marca Gibraltar”, reseñó el popular Bild. “Gibraltar es mejor que Brasil”, tituló irónicamente el Süddeutsche Zeitung, probablemente hilando con la fanfarronada que en vísperas del encuentro se cascó Jordan Pérez, portero de los llanitos: “Si Alemania nos mete menos de siete goles seremos mejores que Brasil”, dijo, en referencia a la brutal paliza que los germanos le atizaron a la verdeamarela en el pasado Mundial. Porque lo de Gibraltar, que por vez primera participa en una competición oficial de rango internacional, es una broma, pues en cuatro partidos no ha marcado ningún gol y ha recibido 21. La selección de Gibraltar, simplemente, es un símbolo de carácter político, una forma lúdica y estridente de tocarle los huevos a Rajoy y al españolismo en general, que no pudieron evitar que la UEFA acogiera en su seno a semejante engendro, y eso que se puso el mismo ardor que en impedir a Euskadi, sin ir más lejos, competir de ley, como lo hace la peña del Peñón, Gales, Escocia o las Islas Feroe, y seguro que lo haría con muchísimos más argumentos futbolísticos que San Marino, Andorra, Liechtenstein o Bielorrusia, el contrincante de España el sábado.

Lo de Bielorrusia, que es el BATE Borisov reforzado, también tuvo retranca. Se habló más de los ausentes por enfermedad imaginaria (Fàbregas y Diego Costa) y por lo tanto desafectos a la causa hispana que del partido en sí, que sirvió para que Del Bosque siga de rositas y encumbrar a Isco por un par de malabarismos ante un rival sin fuste. Y cómo no reapareció Llorente, a quien siguen reclamando sus amiguetes de la prensa madrileña. Curioso el anuncio que ha protagonizado para una campaña publicitaria jugando con los equívocos: “Creo que la de mi novio es algo pequeña (la pantalla de tv), ¿qué hago?” En esas sale el mocetón riojano, sonríe, guiña un ojo, y dice: “El tamaño sí que importa”. Figura.