A Eugène Viollet-le-Duc, célebre arquitecto y restaurador, la huella histórica y la verdad no le importaban demasiado siempre que su obra luciera bella. Tampoco la realidad, que prefería diseñar a su antojo. De su mente imaginó la nueva Carcassonne, que no se parecía en nada a la que era.
Le cambió el rostro con la cirugía de sus antojos y sus gustos. Reinventó la ciudad, decorándola con elementos inimaginables, dotándola de otra personalidad a modo de un renacimiento ficticio.
A mediados del siglo XIX, en pleno movimiento del Romanticismo, el arquitecto francés recibió el encargo de rehabilitar Carcassonne y lo que hizo fue inventar una nueva ciudad, agregándole un estilo gótico irreal que nunca existió en la ciudad amurallada.
“Restaurar un edificio no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo, es devolverlo a un estado completo que quizá nunca existió en una época determinada", dijo Viollet-le-Duc, elevado a los altares, aunque no respetara el pasado y lo moldeara a su gusto.
Tadej Pogacar, arquitecto estrella del nuevo ciclismo, ha revolucionado el Tour, que manosea, diseña y planifica según sus deseos sin que nadie le contradiga. Es el esloveno un rey absolutista que abrillanta su cuarta corona. En la ciudad amurallada, donde nada es lo que parece, se entreveran la realidad y la ficción para que todo luzca bonito ante el espejo.
Exhibición de Wellens
Allí se reflejó la alegría de Tim Wellens, vencedor por derribo. El belga, potente rodador, perforó las murallas de Carcassonne para festejar su primera victoria en la carrera francesa.
También alzó el puño del triunfo Alaphilippe, creyéndose ganador. El galo fue tercero. Sin comunicación con el coche de equipo porque se le rompió la radio, no supo que Wellens y Campenaerts habían llegado antes. El chasco, a medida de su celebración.
Emocionado por el bautismo de las primeras veces, bramó su alegría Wellens en el Tour de Pogacar, su líder, dichoso y encantado por la victoria de su amigo.
"Estoy muy contento por Tim, trabaja tan duro para que conservemos el maillot amarillo, también me ha ayudado en las clásicas, se sacrifica conmigo en los meses de preparación. Ha tenido la oportunidad y la ha aprovechado. Estoy tan contento como si hubiera ganado yo mismo", reflejó el líder.
Podrán celebrarlo con una buena cena y una larga velada porque espera el asueto del día de descanso. El lunes, al sol.
El Tour, cumplimentado el tríptico pirenaico bajo el mandato despótico de Pogacar, el rey intocable, el amarillo resplandeciente, que no tiene rivales, se dirigió a Carcassonne en un recorrido idóneo para las aventuras.
Por el camino, entre carreteras estrechas y secundarias, reviradas, al sol y a la sombra, sobresalían la Côte de Saint-Ferréol (1,7 km / 7%), la Côte de Sorèze (6,2 km / 5.5%) y el Pas du Sant (2,9 km / 10.2). Territorio para cazaetapas. Carcassonne huele a piedras y a memoria. A batallas. A historia.
Durante el siglo XIII, Carcassonne se convirtió en una fortaleza militar debido a situación estratégica en el corazón del Languedoc. La ciudad fortificada tenía sus raíces en la primera línea frente al reino de Aragón, que rivalizaba con Francia. En 1635 estalló la guerra entre franceses y españoles, que terminó en 1659 con la firma del Tratado de los Pirineos.
En la esteta Carcassonne, el Tour es una tregua, en la que nadie tiene tanta luz como Pogacar, risueño y feliz en el baile de máscaras agrietadas por la fatiga y la agonía de una carrera que se dirige hacia la última semana con el semblante victorioso del esloveno, hamacado en el trono, tan lejos Vingegaard, a más de cuatro minuto, y Lipowitz, a más de siete, que son apenas dos puntos lejanos en otra galaxia.
Pique con Jorgenson
A pesar de que el Tour es un monólogo que lanza el esloveno desde el púlpito, elevado varios metros sobre el resto a modo de un ser que levita, al líder no le gusta la careta de Jorgenson, al que tiene ojeriza desde su encontronazo días atrás en un avituallamiento.
Como al esloveno la fuerza le sobra, inagotable su batería, crepitante el fuego interior, atómico, tiene la misión de anular al norteamericano cada vez que se asoma. Castigar a Jorgenson es un placer para el líder, que descontó otro día en su paseo marcial hacia París.
Realizó un pequeño movimiento Jorgenson y Pogacar se personó a su espalda, como si se tratara del funcionario que controla el cumplimento de la condicional. Anillado el alfil de Vingegaard, a oscuras en el sótano del Tour, Pogacar se volvió a relajar.
El rencor y la hostilidad parecen agitar al esloveno cada vez que el norteamericano intenta encontrar algo de luz. Aplacado el impulso y la pulsión del líder, la fuga era el lugar por el que se colaba la luminosidad, a modo de los rosetones de la catedral de Notre Dame, reinterpretada por Viollet-le-Duc.
El fulgor se posó sobre Tim Wellens, uno de los corceles de la carroza de Pogacar. Campeón de Bélgica, prodigioso su rodar, dejó pasmados a sus colegas de la escapada con un ataque severo, seco y sin cuello. No se giró. Solo tenía ojos para la pasión, para lo que le esperaba.
Éxito de la fuga
Dejó colgados en el retrovisor a Campenaerts, Simmons, Storer, Vlasov y Barguil. A todos los fundió el belga, que en Carcassonne cerró el círculo en las tres grandes con el mejor de sus logros. Nada viste tanto como el Tour.
La victoria en la Grande Boucle hila con sus dos triunfos de etapa en el Giro y otros dos en la Vuelta. Completó la trilogía. “Se dio la oportunidad, la cogí y tuve piernas para hacerlo”, dijo Wellens.
El laurel del belga, uno de los forzudos que lleva a hombros a Pogacar, propagó la fiesta que no cesa en el UAE, dictatorial su Grande Boucle, el equipo que es una ciempiés repleto de euforia e instinto depredador. Ambicioso y codicioso.
El belga saludó su gesta, puro brutalismo, –40 kilómetros corriendo a solas contra un grupo de notables rodadores– chocando la mano con los aficionados antes de lanzar su puño al cielo y abrir el fuelle de su sonrisa, que abrazó con fuerza la ciudad que se protege con grandes muros.
No hay paredes tan fuertes ni estructuras acorazadas que no sean capaces de derribar en el UAE. Imparable Wellens, como su líder.
Íntimo amigo de Pogacar, Wellens fue quien acompañó al mágico esloveno a conocer la París-Roubaix, el belga se adentró en una crono individual en busca de la gloria con el hambre canina, dispuesto a morder en cada metro.
Engarfió los brazos sobre el manillar, se cuadró y dejó un estela de humo, abriendo en canal el asfalto a su paso arrollador y aniquilando la moral de sus perseguidores, que le tuvieron cerca un instante.
Desbrozó el paisaje con la potencia de un Sansón antes de abrir las puertas de la ciudad donde firmaron en su libro de honor Lucien Teisseire (1947), Andre Rosseel (1951), Jean Stablinski (1962), Yaroslav Popovych (2006) y Magnus Cort Nielsen (2018) y Mark Cavendish (2021) con el empuje de un furioso ariete. Así atravesó las murallas de la ciudad. Wellens conquista Carcassonne.