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Ucrania y los oligarcas

Mientras en el exterior el presidente ucraniano Poroshenko se las ve y se las desea para salvaguardar la integridad territorial de su país, en el interior ha planteado un órdago parlamentario para hacerse con el control político de Ucrania.

Y es que Poroshenko, uno de los oligarcas que han ido gestionando desde las bambalinas el devenir del país desde la desaparición de la URSS, se vio obligado a asumir deprisa y corriendo el protagonismo político de la república tras el triunfo de la sublevación de la Plaza del Maidan del pasado mes de julio. Es decir, que Poroshenko evidenció su papel decisivo en la crisis que puso fin a la política pro rusa de Yanukovich sin tener una presencia parlamentaria apreciable; su partido Solidarnist es una agrupación minúscula en la Rada (Parlamento). Si quiere darle una vestimenta mínimamente democrática al Gobierno que consiga en los comicios de este otoño, necesitará crear deprisa y corriendo un partido político importante con el que acudir a las urnas.

Porque la fórmula esbozada últimamente - la alianza con Udar, el partido del boxeador populista Vitali Klitshko - le concede a este último demasiado protagonismo. Hoy por hoy, Udar aporta a la alianza estructuras, mandos y organización, lo que a la larga puede resultar más importante que el poder fáctico de un oligarca obligado a competir con otros superricos y a aceptar compromisos políticos que las masas entienden poco y aceptan aún menos.

La maniobra de Poroshenko es evidente; el que vaya a tener éxito está por ver. El hombre lucha en dos frentes -el externo, donde el rival es nada menos que Putin y la Federación Rus - y el interno, donde los intereses de otros muchos oligarcas (algunos de ellos, más poderosos y ricos que Poroshenko) discrepan de los del actual hombre fuerte de Ucrania.

Y aparte de estos poderosos que se le pueden enfrentar en cualquier pirueta de la actualidad política, ya desde ahora se sabe que en los comicios de este otoño se presentarán estrellas políticas menguantes del pasado -como la Timoshenko, por ejemplo- y fuerzas emergentes como el ambicioso oligarca llamado Sergei Liovotshkin o el populista de última hora, Oleg Liashko.

Naturalmente, todos estos análisis se han de tomar a beneficio de inventario, porque la vida pública ucraniana tiene muy poco de democrática -así, las listas de candidatos no son producto de primarias o de los escrutinios de comicios anteriores, sino pucherazos de la directivas de cada partido- y cualquier pacto es posible si beneficia en última instancia a los oligarcas que mueven la trama política