Por mi agorafobia estoy incapacitado para comprar en las tiendas de Ikea, ocupadas siempre por muchedumbres y de donde no hay manera salir. Son verdaderas ratoneras, pero estoy enamorado de esta marca, sueca, emocional y creativa. La mesa sobre la que escribo es de allí y también algún armario y diversos cachivaches. ¿Qué tiene Ikea que no posean otras mueblerías? Un sentido divertido del mundo, un criterio de libertad de hogar y un espíritu iluminado hacia el diseño. ¡Ah, el diseño, el arte de embellecer las cosas de cada día! Y como ocurre con los negocios que saben equilibrar la calidad con la imagen, Ikea hace la mejor publicidad que vemos en la tele. Junto a Apple, exhibe un estilo narrativo que traspasa las fórmulas imperativas y sitúa a la marca en el ámbito de lo admirable por el hecho de hablarnos con inteligencia, vincularnos cordialmente y corresponder con productos resolutivos y razonablemente perecederos.
La nueva campaña de Ikea es un portento de mensajes y buen cine, hecha con muchísimo encanto y verosimilitud. Y aunque nadie superará jamás su supremo eslogan, Bienvenido a la república independiente de tu casa, el de ahora se queda muy cerca de aquel nivel estratosférico, al decirnos: Nada como el hogar para amueblarnos la cabeza. Es pura literatura y un tratado de transformación mental. Si contra el anterior pudieron conspirar las monarquías y la Audiencia Nacional (que por mucho menos ha empapelado a cientos de vascos), por su incitación al alegre desacato de lo clásico, contra el nuevo quizás se levanten los psicólogos, la Iglesia y los enemigos de la familia transversal. Nos habla del “amor del bueno” y de la ejemplaridad como factor pedagógico esencial. ¡Qué extraordinaria pieza publicitaria! Les invito a disfrutarla como un pequeño gran regalo de la excelencia comunicativa.
Así es la tele. Lo bueno y lo malo, lo corto y lo excesivo todo en uno. Menos anuncios; pero mejores, por favor. Un mundo de marcas fabulosas y sensibles. Por cierto: tú también eres una marca. Véndete bien.