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¿Sisi como Erdogan?

Abdel Fattah al-Sisi, el nuevo presidente egipcio, es visto por la mayoría de los políticos occidentales como un eslabón más en la larguísima serie de militares que han gobernado el país y en realidad es la versión viva de la Esfinge: un estadista ambicioso, enigmático y de muy pequeña camarilla.

Para las relaciones internacionales de Egipto y su política interna, esto no tendría mayor trascendencia, dado el enorme pragmatismo de que ha hecho gala este cairota a lo largo de toda su vida. Pero en la biografía menos conocida de al-Sisi hay un rasgo que ya inquieta en estos momentos las grandes potencias mundiales y a los países clave del mundo musulmán: su profunda religiosidad. En Riad, Washington, Moscú e Israel se teme que el islamismo profundo -y hasta ahora amagado- del nuevo presidente acabe llevando al país por el sendero de la Turquía de Erdogan. También este comenzó como un líder político de religiosidad moderada para ir evolucionando a medida que se afianzaba en el poder hacia una fe más y más fundamentalista.

La gran y grandemente inquietante diferencia entre estos dos líderes son sus caracteres. Mientras el dirigente turco es un hombre al que dominan la ira y la intolerancia con demasiada frecuencia, al-Sisi posee un carácter hermético, una paciencia monacal, una prudencia enorme -su entorno lo forman exclusivamente hombres y compañeros que conoce desde su juventud; uno de sus principales colaboradores es su suegro, conmilitón de la Academia Militar- y una tenacidad lindante en la obsesión.

De ahí que los Gobiernos interesados en el Oriente Medio observen con lupa los pasos que está dando ahora al-Sisi desde la presidencia. Desconfían del presunto laicismo que pueda haber en su campaña contra los Hermanos Musulmanes -el presidente Mursi, "hermano musulmán" fue quien le ratificó cómo ministro de Defensa- porque tanto durante la campaña electoral como después de ganar la presidencia, al-Sisi no ha dejado de reforzar su legitimidad con argumentos religiosos. La pugna con los Hermanos Musulmanes es política, no doctrinal.

Y no son sólo las palabras. Todas las mujeres del círculo familiar más cercano de al-Sisi llevan el hijab y él mismo es oriundo del barrio de Gamalía, centro de la comunidad chií de El Cairo; y en escritos anteriores de la conquista de la presidencia, al-Sisi no se cansó de decir que el futuro y la regeneración del país exige el restablecimiento de un orden moral sano y fuerte... En el 2006 escribió un artículo para una publicación del Centro de Estudios Bélicos del Ejército estadounidense en el que decía que la "?democracia en el Oriente Medio ha de ser irremediablemente de naturaleza islámica?", una frase que suscribiría hoy sin titubear Erdogan.

Lo único que tranquiliza a occidentales y saudíes del peligro de una deriva fundamentalista de al-Sisi es que su pasión por el poder es tan fuerte que a la hora de inclinarse por la pureza doctrinal o la alianza con infieles y (para él) heréticos musulmanes, se inclinará por estos últimos porque han sido y son los que le financian la permanencia en la cima del Estado.