LO clavó Joaquín Sabina cuando compuso un himno para el centenario del Atlético de Madrid, en 2003: "qué manera de sufrir, qué manera de palmar, qué manera de vencer; qué manera de vivir, qué manera de subir y bajar de las nubes, ¡que viva mi Atleti... de Madrid...!", y así ocurrió el pasado sábado en el estadio lisboeta de La Luz, ¡pero qué manera de palmar! A tres minutos de agarrar la gloria se escurre de entre las manos la Copa de Europa y luego, en la prórroga, el asunto acaba en paliza, pues así lo reflejarán los fríos números para la posteridad: 4-1, lo mismito que cuarenta años atrás, frente al Bayern de Múnich. En la final que el Athletic disputó en Bucarest frente a los colchoneros, el 9 de marzo de 2012, por lo menos hubo anestesia previa. A los seis minutos cayó el primero de Radamel Falcao, y a la media hora el segundo, con lo cual la sensación de la derrota fue tan tempranera y evidente que la hinchada rojiblanca tuvo tiempo de digerirla sin llegar al disgusto gordo, y de mirar atrás para buscar consuelo inmediato: pero qué bonito fue mientras duró. En aquella final emergió el Cholismo, ese fenómeno que ha llevado al Atlético de Madrid a saborear el mejor momento de su historia y a rozar el paroxismo en Portugal, aunque ese grado de exaltación se lo dejamos a Cristiano Ronaldo. Mero comparsa en la conquista de la Décima por parte del Real Madrid, el crack lusitano sacó a relucir su lado más hortera y chabacano, exhibiendo musculatura en plan Hulk cuando marcó de penalti el cuarto y se quitó la camiseta blanca. A Iker Casillas en cambio le dio por la llantina, pues estuvo a punto de pasar a la memoria merengue por su enorme error en el gol del uruguayo Godín, y por eso llenó de besos a Sergio Ramos, responsable del empate que insufló vida al Madrid e invocó la leyenda del Pupas. Ramos, a su vez, compuso una estampa costumbrista sacada de la España profunda: bandera rojigualda y capote torero y olé, que por algo le llaman el Faraón de Camas. "¡Que se enteren los indios (así llaman a los hinchas del Atlético) quien manda en Madrid!", clamó Ramos subido en la pasarela de Cibeles, a las tantas de la madrugada, en plena celebración madridista. Es lo que tiene el Real Madrid. Es tan poderoso y ha ganado tantos títulos que también ejerce una labor terapéutica entre gente humilde y sin referentes, y por eso concita fascinación y adeptos en todo el mundo: ¡hemos ganado la Décima!, y se pavonean ante el prójimo asumiendo como propio el éxito de esta constelación de estrellas. En cambio, los del Atleti aceptan su condición de paria a la sombra del gigante blanco, pero cuando sacan la cabeza y descuellan estallan de felicidad y paladean mejor el triunfo. De ahí que no les pillara de improviso la derrota de Lisboa, ni tan siquiera la crueldad en las formas. Ya en la prórroga, en plena debacle colchonera, Simeone se dirigía a sus futbolistas tocándose la barbilla, como diciendo: os quiero con la cabeza bien alta, no en vano sus chicos cayeron después de batallar bravamente, de exprimirse al máximo y de atraer al dios de la fatalidad, pues así está marcado a fuego en el ADN del club.
En consecuencia, la expedición colchonera regresó triste pero ni mucho menos deprimida, pues ganar el mismo año y casi de seguidilla la Liga y la Champions parecía un estrambote para la idiosincrasia del Atlético. Y quien quiera todo eso, que se pase al bando vikingo. Simeone también se desfogó a su antigua manera, a lo cafre, persiguiendo aviesamente a Varane por una fruslería. Qué tiempos... Si hubiera ocurrido al revés, es decir, si Ramos no hubiera batido a Courtois con el último suspiro del partido y de haberse consumado la derrota madridista, la hecatombe se habría cernido sobre esa estirpe de futbolistas ricos y vividores, y el templado Carlo Ancelotti pasaría de inmediato a calzonados, a quien el cargo le viene grande.
También me he quedado con la intriga de qué habría pasado con Diego Costa en forma. Al parecer la placenta de yegua que la doctora Marijana Kovacevic le aplicó sobre el muslo dañado estaba con la fecha de caducidad cumplida. Con lo pío que es el hombre y lo cerca que tenía el santuario de Fátima...