LOS quince días de cansancio de las personas que conforman las candidaturas, sus equipos y la gente de los medios de comunicación no han servido para terminar con el escepticismo general respecto a las instituciones de la Unión. Y no es de extrañar esa gran desconfianza en el proyecto europeo tras tantos recortes en nuestros derechos aquí y allá, auspiciados por una presidencia y una Comisión más alejados de la ciudadanía que Marte del planeta Tierra.

Lo triste es que la mayoría sigue sin enterarse de cómo se conforma esa Unión Europea que cada vez decide más sobre nuestras vidas. Por eso, la alta abstención previsible no sorprende nada. Aun con ello, mejor votar, con escoceses y catalanes, conjuntamente con otros pueblos que aspiran a lo mismo que el vasco, y aunque la representación conseguida no sea la mayoritaria cada paso es uno más en la defensa de nuestros derechos nacionales también en Bruselas.

Los debates a la presidencia europea dejaron clara la existencia de demasiadas coincidencias entre los candidatos del PSOE y PP, Schulz y Juncker. Demostraron a las claras que lo que quieren es lo mismo que lo anterior: acuerdos y repartos para continuar afianzando sus políticas alejadas del interés y bienestar común. Quizás su discurso estos días sea aparentemente distinto pero cuando se trata del modelo económico y social no tiene nada que ver lo que dicen en campaña y lo que hacen cuando están. Véase Almunia contra la inversión y producción en Euskadi o Durao Barroso contra el derecho del pueblo catalán.

Uno de los momentos que más juego ha dado en esta campaña fue, sin duda, el debate entre Cañete y Elena Valenciano. Vaya por delante mi solidaridad con la candidata, primero por ser mujer y también porque negándole las mismas capacidades que a un sesudo varón desdeñan las del resto de las mujeres.

Coincido con tantas y tantas voces que han criticado las palabras del candidato del PP, que demostró, una vez más, la caradura de quienes tragan con la normativa de igualdad pero defienden a muerte el sistema patriarcal que, precisamente, se sostiene en la discriminación de la mitad de la población. El PP tardó varios días en obligar a retractarse al exministro de Agricultura de tamaña burrada. Ya se sabe que una cosa es pensarlo y otra decirlo en público en plena campaña.

Como era de esperar, la polémica generó rápidamente la respuesta del resto de las siglas que se regodearon con feroces -y merecidas- críticas al partido de Mariano Rajoy. Aparentemente todos esos partidos defienden con pasión los derechos de las mujeres y deberíamos congratularnos por ello. Lo malo es que no concuerda lo que dicen y cómo lo hacen o cómo lo escriben. Con las honrosas excepciones de EAJ-PNV y EH Bildu, la propaganda que ha llenado nuestros buzones estaba escrita en lenguaje sexista excluyente (incluida, sorprendentemente, la carta de la señora Valenciano).