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Ucrania: El porqué de una crisis

el devenir político actual de Ucrania resulta algo más inteligible si se analiza recordando que esta nación lucha con una herencia envenenada dos enormes deficiencias. Una, aguda, es la descomposición social y política del país a causa de la pobreza. Y la otra, es la falta de una continuidad sociocultural de la población a causa de su historia, la medieval y la del siglo XX.

En cuanto a la herencia, esta está formado por los siglos de vinculación histórica y, sobre todo, económica a Rusia que ha transformado a ambos países en poco menos que unos hermanos siameses.

Evidentemente, ambas penurias alimentan al alimón la crisis presente, aunque la primera es el gran motor de los acontecimientos. El descontento popular nace de unas carencias cada día mayores -el salario medio en Ucrania ronda los 3.000 dólares anuales- y que contrastan con una corrupción infinita. Esta inmoralidad administrativa y política ha generado una situación tercermundista, en la que en medio de la miseria aparecen fortunas inmensas y mansiones (palacios sería más correcto) de lujo asiático. Al hombre más rico del país, Ajmatov, magnate de la siderurgia del este de Ucrania, se le calcula una fortuna de 16.000 millones de dólares.

En el concepto de miseria hay que incluir la corrupción. El año pasado Ucrania figuraba en el puesto 144 -¡de 175!- en la lista de las naciones más corruptas del mundo. Resultado de ello es que los magnates financian a los hombres públicos para que estos hagan desde el Gobierno lo más conveniente para los intereses de los oligarcas. Ahora se ha llegado al extremo de que todo y todos tienen un precio -a la Timoshenko, por ejemplo, la encarcelaron por presunta prevaricación cuando negoció con Moscú la deuda ucraniana por el gas ruso-; de balde solo se da el hambre del hombre de la calle.

La consecuencia inmediata de todo esto es que salarios y pensiones son mayores en Rusia que en Ucrania y que los puestos de trabajo son mucho más seguros allá que acá. De ahí que soldados y milicianos de toda graduación se pasen con tanta frecuencia y en masa de Ucrania a Rusia. Y para los pequeños empresarios e intelectuales resulta evidente que a corto plazo la supervivencia de Ucrania está en Rusia, único mercado capaz de absorber sus productos de escasa calidad. Con otra palabras: son cada vez más los ucranianos que tienen un patriotismo a la romana : "Ubi bene, ibi patria?" ("donde estoy bien, allí está mi patria") y hoy en día en Rusia se está mejor que en Ucrania.

Por otro lado, histórica y demográficamente hay dos Ucranias. La occidental, la más proclive a una vinculación a la UE si los sacrificios de adaptación no resultan mortales (cosa posible únicamente si la UE asume una financiación faraónica), perteneció durante parte de la Edad Media al gran reino polaco-lituano. La herencia cultural dejada por bálticos y centroeuropeos ya supone una división del país. Pero durante sus años de república soviéticas (Ucrania ingresó en la URSS en 1920) los masivos desplazamientos de poblaciones practicados por Stalin acabaron reduciendo fuertemente el número de ucranianos nacidos en ese territorio y criados en su idioma y tradiciones. A los muchísimos moradores actuales de etnia y habla rusa les tienta mucho más una reunificación con la Federación Rusa que la continuidad en la República de Ucrania. Resumiendo: el marco al cuadro de la actual crisis es el hambre y el desarraigo. El contenido del cuadro es cambiante, porque lo pinta en cada momento el politicastro, auténtico hombre de paja que baila al son de los intereses -¡ nada estables !- de los oligarcas.