lA conducta de Putin en la actual crisis ucraniana ha recordado a muchos las apuestas maximalistas de Stalin y Hitler antes de la II Guerra Mundial. Y aún existe otra semejanza -esta, mucho más alarmante para el Kremlin y menos evidente- entre las piruetas políticas de la Federación Rusa de hoy y la URSS del siglo pasado: la del riesgo de quiebra financiera a fuerza de megalomanía política.

Y es que tanto la Rusia soviética como la de hoy en día se lanzaron a políticas ambiciosas y agresivas, de superpotencia militar, pasando por alto que desde el punto de vista económico el país era y sigue siendo una nación en vías de desarrollo. La tercera mayor del mundo, pero fundamentalmente una nación en vías de desarrollo: pendiente en exceso de las ventas de materias primas, con infraestructura y estructuras industriales frágiles, además de una financiación estatal problemática.

Con otras palabras, el país dista económicamente muchísimo de ser tan poderoso como intenta serlo política y militarmente en el escenario mundial. Esta es una realidad absoluta y al margen de las razones históricas, identidades étnicas y orgullos nacionalistas que pueda tener en el contexto internacional. El aprovechamiento de la crisis ucraniana para avanzar en sus sueños de recuperación de la importancia histórica le está costando ya a Moscú una fortuna a causa del distanciamiento cautelar de occidente en su comercio con Rusia así como en sus macro inversiones en esa nación.

De ahí que las previsiones de desarrollo para este año las ha reducido recientemente el Kremlin del 2,5% al 1,1%, en tanto que el rublo ha perdido un 30% frente al dólar y el euro en menos de 12 meses. Eso lo notan los ciudadanos que cada día pagan más por los bienes de consumo importados (¡los alimentos se han encarecido cerca del 8,5% en un año!), pero lo nota también el Estado que ha de importar un alto porcentaje de los repuestos industriales debido a la falta de volumen y calidad de las respectivas industrias del propio país.

En el terreno financiero, los riesgos del expansionismo ruso y las querencias nacionalizadoras han espantado ya a los inversores extranjeros pequeños y medianos, con la consiguiente retirada de capitales (64.000 millones de dólares en el último trimestre). La cifra es doblemente alarmante: por una parte, es capital que le falta a la industria y al comercio rusos para crecer; y por otra parte, esa partida de un trimestre del 2014 equivale a todo el volumen dinerario que abandonó Rusia en el 2013. Evidentemente, las cifras totales del colapso económico de la URSS eran mayores, pero los síntomas y querencias económicas son similares. La Rusia soviética no pudo pagarse en el siglo XX sus metas militares y sociales y ahora está por ver si Vladimir Putin podrá sufragar sus proyectos de grandeza y protagonismo en el mundo del siglo XXI vendiendo hidrocarburos a bajo precio a los amigos (a los que ha dejado de contar Ucrania) y movilizando tropas al vaivén de las crisis.