EN la vigésimo quinta jornada liguera Osasuna cometió un exceso que dejó pasmada a la alcaldesa Ana Botella y también al orbe futbolístico, pues si de habitual resulta raro que Osasuna meta un gol en un partido cualquiera aquella noche los hinchas rojillos acabaron encendiendo velas en señal de deo gracias a San Fermín, y también a San Saturnino, venerable patrón de la Vieja Iruñea, por semejante dispendio de generosidad. Nada menos que tres goles le endosaron al Atlético de Madrid, por ninguno en contra, pues el percherón Diego Costa o el sutil David Villa carecieron de gracia e inspiración, sometidos por la recia defensa navarra.

Como aquello fue un suceso gordo que escapa a la lógica tuvo que haber intervención divina, aunque el fútbol tenga suficiente empaque y catálogo de excusas para explicarlo casi todo. Por ejemplo, que el Atlético de Madrid tuvo un mal día y Osasuna saltó a las praderas de El Sadar con su perfil más rufián, el mismo que exhibió para empatar con el Barça (0-0) y el Real Madrid (2-2). O sea, que un equipo que ahora está en puestos de descenso fue capaz como ningún otro de doblegar en su estadio a las potentísimas escuadras que luchan por el campeonato liguero, europeo e intergaláctico y sin embargo luego se comporta como una linda castañera con los de su calaña. ¿Cuestión de motivación? ¿Casualidad? ¿El fútbol es así?

Resulta que tras aquel encuentro Osasuna se encaramó a la decimosegunda posición, a siete puntos de distancia de las plazas que conducen a Segunda División y aquí surge otro de los fenómenos futbolísticos que hacen que este deporte sea tan pasional y encabrone sobremanera: se tiró a la bartola, o se le escapó la inspiración, o quizá perdió el fervor espiritual y hasta el báculo de San Fermín, porque lo único cierto es que los navarros engarzaron cinco derrotas consecutivas (Levante, Málaga, Barcelona, Sevilla y Rayo) y volvieron a descender a los infiernos, donde al parecer Osasuna encuentra su clímax natural, y ahí se toparon con la Real Sociedad, otra que tal baila, incapaz de comerse un rosco lejos de Anoeta desde que a Jagoba Arrasate, su técnico, se le ocurrió decir que el objetivo era la cuarta plaza, la de la Champions, la del Athletic, será envidioso, y a lo peor le castigó la divinidad por codicioso, arrogante y altanero.

Ayer, la confluencia de estas dos fuerzas cargadas de negatividad devolvieron al fútbol el equilibrio cósmico, o sea, que empataron.

A la vista de este y otros acontecimientos conviene no deprimirse, ni tan siquiera un poco. Es cierto que el Athletic perdió de ley contra el Atlético de Madrid, pero sus inmediatos perseguidores no sacaron apenas provecho de la circunstancia y frente a rivales menores. El Sevilla acabó derrotado por el Celta y la Real sumó un escuálido punto en El Sadar, como el Villarreal, incapaz de superar a otro modesto, el Elche. En realidad son los perseguidores del Athletic los que naufragan, pues el gran mérito de la tropa rojiblanca consiste en haber podido llegar al encuentro contra los colchoneros con el prurito de poderoso contrincante (quién lo iba a decir hace un año). Señalado como juez de la Liga, capaz de derrotar al líder e influir en el sino del campeonato. Por eso mismo, el Atlético ha salido de San Mamés entre loas enormes y ungido de toda credibilidad: nadie alberga ahora la más mínima duda de su fortaleza para conquistar el título.

El Atlético se graduó en La Catedral y al mismo tiempo ha dejado un par de lecciones sobre las que conviene tomar buena nota. La primera es de humildad, pues el entorno rojiblanco (especialmente los medios de comunicación) había asumido que el asunto de la Champions era pan comido y ahora habrá que dejarse los dientes de lo duro que está, aunque más aún lo tienen los otros aspirantes. La segunda es que a los chicos todavía les falta un hervor, cuajo; pues cuando el partido se hace grande y toma trascendencia les entra vértigo, y surge el pánico (ese Costa cabalgando sobre el caballo de Atila) y pierden hasta el carnet de identidad. Tampoco anduvo fino Valverde, inerme y desconcertado. (Pongamos que el Atlético es la bestia negra. ¿Y acaso Osasuna no le metió a estos un 3-0? Y que un mal día lo tiene cualquiera).