tENGO que reconocer mi debilidad por Markel Susaeta. Hay veces que me entran verdaderas ganas de estrangularle (metafóricamente hablando) y otras me fascina con sus escorzos y recursos imprevisibles. Resulta fascinante cuando enlaza el juego con Iraola, Herrera o De Marcos, sobre todo en la época de Marcelo Bielsa. Cuando falla se reprime como riñéndose, un gesto muy típico de los tímidos, y me parece que lleva muy mal la bronca del respetable. El chico se pone tan lívido que, con esa piel tan blanquiñosa, parece que le va a dar un vahído ¡Tierra, trágame!

Desde luego, no va de divo por la vida y sus renovaciones han sido discretas, mostrando fidelidad a los colores con naturalidad; sin alharacas, ni necesidad alguna de hacer ruido. Y eso que Vicente del Bosque le quiso reclutar para su cuadrilla de jugones y le hizo internacional. ¿Recuerdan cuando el marqués le convocó para la selección española para disputar un partido ante Panamá y dijo aquello de la cosa sobre España? ¡vade retro! clamaron desde la caverna, o sea, que le entendieron mal al muchacho, pues donde las mentes obtusas escucharon desconsideración yo deduje reflexión profunda. Porque Markel Susaeta a mí me parece un filósofo conceptual de la vida, y así es también su forma de concebir el juego, lo cual da para matarle a boinazos (metafóricamente hablando) o a besos; pero casi nunca nos deja indiferente, y por eso levanta expectativas, e intuyes que con él puede pasar algo (y nos entrarán ganas de retorcerle el pescuezo, metafóricamente hablando, o de besar su macilento rostro).

Y a lo que voy: Markel Susaeta fue capaz de marcar un gol así de grande, suficiente para doblegar al Getafe, meter en el zurrón del Athletic los tres puntos y seguir alimentando con buenas carnes el sueño de la Champions.

La tropa rojiblanca está firme en el empeño por lograr esa meta, y aunque sometió a su rival por ímpetu y jerarquía le faltó fineza para reflejar todas esas virtudes en el marcador. Cuánto echamos en falta al bravo Aduriz. Su oficio, experiencia, picardía y, últimamente, capacidad para abrir la vía del gol. Hasta que apareció rostro pálido Susaeta para culminar una compleja jugada de estrategia con la finura y precisión del cirujano.

Hay otro rostro pálido que me fascina por su forma sublime de imaginar el fútbol, aunque aquella vez, cuando fingió que Fernando Amorebieta (por cierto, el sábado reapareció en el Fulham, colista de la Premier inglesa, y fue expulsado) le había cazado aviesamente y engañó vilmente al árbitro, también me entraron ganas de... (metafóricamente hablando). En el clásico del Bernabéu la figura de Andrés Iniesta me pareció fundamental en el duro mandoble que el Barça atizó al Real Madrid, reavivando el interés por el título de Liga, carrera que ahora lidera el Atlético de Madrid. Anotó el primer gol blaugrana, de bandera, y provocó la jugada del cuarto y definitivo, cuando penetró en el área blanca, le salieron al paso Carvajal y Xabi Alonso y tuvo el arte de colarse con el balón pegado a los pies entre ambos dos, provocando que el centrocampista guipuzcoano (que brilló en el partido precisamente por su ausencia y capacidad de queja) cometiera un penalti tremendo que Leo Messi transformó en el gol de la victoria culé. Cuando un futbolista lanza una pena máxima así, el entrenador le suele echar después una bronca descomunal: ¡pero cómo se te ocurre pegarle fuerte y a la escuadra, pero quién te crees que eres...!

Pues nada menos que Leo Messi, el mejor futbolista del mundo y probablemente de la historia, a quien su gran antagonista, Cristiano Ronaldo, sólo superó en un encuentro transcendental en las horas previas, o sea, en el tiempo que invirtió para acicalarse rostro y cabellos dispuesto a refulgir espléndido a los ojos del mundo. Messi anotó tres goles, superando la marca que compartía con el venerable Alfredo di Stéfano como máximo goleador de los clásicos, y a Hugo Sánchez como segundo máximo anotador en la historia de la Liga tras el gran Telmo Zarra. Vimos al genio, en estado puro.