Pasado el impacto por la muerte de Iñaki Azkuna, que la televisión y los demás medios han gestionado con intensidad y extraordinaria dedicación en horas, páginas y emociones, se escucharán voces críticas sobre el tratamiento -supuestamente excesivo- que se ha dispensado al suceso, la persona y el personaje. Si la actitud ante la vida debiera estar marcada por la contención del ánimo y la minimización de los sentimientos, no existiría la música, la literatura, el cine ni ninguna de las expresiones artísticas, excesivas por definición y multiplicadoras de las pasiones del alma. Si se decretara la obligación de un perfil emocional bajo, habría que suprimir las lágrimas y la risa, y las manifestaciones de amor, humor, dolor, ira, entusiasmo, burla y aclamación quedarían prohibidas en público y restringidas a lo privado. ¿Qué sería del mundo sin demasías? ¿Y qué es el exceso? ¿Virtud o defecto? ¿Quién fija su medida, su oportunidad y su cadencia?
Hay una tiranía intelectual contra la pertinencia del exceso, según la cual toda exaltación es irracional y nos aleja de un vivir ilustrado y consciente o nos envilece. Aplicada a la televisión esa dictadura desembocaría en la eliminación del medio, salvo para el adoctrinamiento moral y la autolimitación humana. De ese mundo aburrido e hiperracional, constreñido por fronteras de hielo y tedio, proceden las protestas contra el impetuoso seguimiento mediático del fallecimiento de "el mejor alcalde del mundo". ¿No habrá también entre los quejosos algo de mezquindad politiquera motivada por la pertenencia de Azkuna al PNV y mucho de envidia? Hay quien ha querido compensar el fervor popular hacia el alcalde de Bilbao rememorando desavenencias de menor cuantía y otras zarandajas.
La televisión es un medio emocional. En ella la gente busca aventurar sus sentidos. Se ha proyectado así con Azkuna y hará lo mismo con Adolfo Suárez. Hace falta desparramarse llegada la ocasión. Ya vendrá el relato de la historia y los análisis eruditos. Hasta entonces, tanto vives, tanto te excedes.