Los arabescos políticos del mundo islámico están rizando el rizo y ahora el panorama se ha enriquecido con una controversia más, una que al mundo occidental le cuesta entender (y no es la única : el enfrentamiento entre Arabia Saudí y Catar a cuenta de la política exterior de este último.

Para Riad, las excentricidades occidentalistas del nuevo emir -Tamim, bin Hamad al Thani, de 33 años- como el patronazgo del club de fútbol galo PSG, creación de la red mundial de la compañía aérea catarí, etc..., han pasado de ser niñerías para transformarse en problemas, sino en riesgos. El que Catar respalde la agencia Al Jazeera (isla, en árabe) cuya política informativa choca a menudo con los intereses de la política suní en el mundo es algo que irrita desde hace años a los saudíes. Pero la última pirueta de Al Thani financiando en gran escala el islamismo radical ha puesto en pie de guerra a Riad, que ha insinuado un próximo cierre de la frontera entre los dos países (es la única frontera terrestre de Catar)

Lo malo para la casa real saudí es que la política catari tiene mucho menos de ocurrencia de niño malcriado que de fuga hacia adelante. Y es que este minúsculo emirato del Golfo Pérsico tiene que hacer frente a problemas domésticos únicos. Isla apenas dos veces mayor que Chipre y con una población de casi dos millones de habitantes que ganan en promedio 98.000$ anuales por cabeza, Catar cuenta tan solo con 250.000 ciudadanos nacionales, El millón tres cuartos restante es gente inmigrada -mayormente del sureste asiático-, muy influida por la política chií de Irán y de una fidelidad patriótica que aún se ha de comprobar.

El actual emir catarí -como su padre, antecesor en el emirato- han optado por darle al país un equilibrio dinámico. Crear con los petrodólares toda una serie de empresas que generen ganancias y, sobre todo, empleos y con ellos ganas en los inmigrantes de seguir viviendo en un Catar de política interior inmovilista. Y en Doha han creído (muy a pesar de Riad) que esta tranquilidad doméstica bien se merece un chorro de oro para la inestabilidad del radicalismo islámico.