esta dura crisis tiene muchas derivadas perversas. Una de ellas se traduce en que todo aquello que no aporte réditos inmediatos al sistema parece destinado a ser sacrificado y arrojado por la borda de los recortes presupuestarios. Entre todos debemos preservar a la ciencia y a la investigación de dicho riesgo. Tenemos en Euskadi excelentes ejemplos de pedagogía social en torno a la necesidad de mantener el nivel de nuestra inversión en ciencia para no acabar siendo una sociedad más pobre y menos democrática. Pedro Miguel Etxenike, ex consejero de Educación y universidades y máximo responsable del DIPC, con su pasión por el conocimiento y su impulso entusiasta por mostrar lo útil de conocer, o Juan Ignacio Pérez Iglesias, titular de la Cátedra "Ciencia y sociedad", son muestra de rigor y excelencia intelectual combinadas con su compromiso social en defensa de los valores tradicionales de la Universidad y de la investigación.
Frente a la energía de lo negativo, del morbo, de la crítica destructiva, siempre más poderosa que la tarea de construir y de civilizar colectivamente nuestro futuro, es preciso sentar las bases políticas y sociales de un proceso que necesariamente aportará sus frutos más allá de los cortoplacistas tiempos de la "cronopolítica" que nos invade. Hay que sembrar, asentar y consolidar las bases para lograr una transformación de la percepción social sobre la ciencia, verdadero motor de desarrollo presente y futuro, sin la imperiosa necesidad de satisfacer necesidades electorales perentorias o urgentes.
Trabajar en red, tejer una nueva gobernanza del conocimiento científico basado en un "sistema de sistemas", aceptar con normalidad y lealtad recíproca el creciente papel de las centros de investigación de élite y coordinar todo ello dentro de un verdadero espacio europeo de investigación aportaría una sugerente estrategia de futuro frente al superado ciclo de la economía del ladrillo y de los servicios "huecos", que no aportan verdadero valor para el sistema productivo.
Y no hablo de garantizar solo, que por supuesto también, la excelencia. Una buena estrategia de impulso de la ciencia puede además garantizar a los ciudadanos una auténtica igualdad de oportunidades ante el mercado laboral, porque el conocimiento premia la disciplina, la constancia, la voluntad, la inquietud intelectual, la vocación, la ilusión y el aprendizaje no clasista. Incluso desde el posmoderno concepto de alianza multicultural cabe recordar que las civilizaciones árabe-islámicas fueron las encargadas de devolver a la cultura occidental una mayor dimensión científica.
Superadas las tinieblas medievales, iniciado el pensamiento crítico del Renacimiento y el propio pensamiento científico vivimos hoy en una época dominada por la ciencia. No cabe confundir ciencia y tecnología: ésta es una aplicación y una consecuencia de la ciencia. La tecnología aporta todo enseguida, todo rápido, mientras que la ciencia avanza más lentamente, pero sus pasos son firmes e irreversibles hacia la conquista de un futuro mejor.
El voraz sistema capitalista que nos ha conducido a esta crisis sistémica parece no poder permitirse ni un modelo de ciudadano consumidor "lento" ni unas inversiones sociales y políticas orientadas al medio y largo plazo. La paciencia, las "luces largas" con las que mirar al futuro deben ser, sin embargo, las claves de la apuesta de nuestro Gobierno vasco, a la búsqueda de una ciencia vanguardista, abierta al mundo, que incite y prime la cooperación entre científicos, que promueva la internacionalización del sistema y la divulgación de la cultura científica alejada de falsos "divismos": la ciencia al servicio de la democracia adquiere así pleno sentido.
El escepticismo que todavía provoca en muchos ciudadanos escuchar hablar de aparentes intangibles como "desarrollo de I+D+I", o de "transferencia de conocimiento", o de "calidad" ha de superado. No es fácil, pero ha de ser tarea de todos. Mejorar el futuro de futuras generaciones y facilitar en lo posible la consolidación que quienes hoy desean investigar justifica el esfuerzo realizado por personas como Pedro Miguel Etxenike para hacer realidad un sistema vasco de ciencia abierto al mundo.
La tiránica cultura de lo efímero, del presente, la demonización de la política o la preocupación individual y social, lógica, ante la situación de crisis, son factores que no deben hacernos olvidar la importancia de la divulgación y comunicación de la ciencia, su "socialización", es decir, concienciarnos acerca de la importancia de la ciencia en nuestra vida cotidiana, en el desarrollo económico y en el bienestar social. Hay que crear una nueva cultura y concepción en torno a la dimensión social de la ciencia.
Dejar atrás la endémica burocracia, agudizada por la abrumadora tecnocracia derivada del proceso de Bolonia -algo a superar para evitar el colapso del sistema, más centrado en el papel, en los formularios, que en los verdaderos resultados-, sustituir becarios por contratados, promover la promoción por méritos científicos y la movilidad, y sobre todo dotar al sistema investigador de un marco estable de financiación son ambiciosos y complejos objetivos, pero hemos de avanzar en esa dirección.
Modernización, europeización, superación de la endogamia, mayor autonomía de gestión de recursos junto al debido control de los mismos, superación de la improvisación y del pseudomovimiento -moverse y moverse para quedarse en el mismo lugar- y planificación coordinada. Son objetivos ambiciosos que permitirán alcanzar realidades claves para conquistar nuestro futuro. El reto merece la pena.