Los jugadores del Sevilla mantearon a Jesús Navas, que dejará la luminosa capital andaluza por las brumas y los dineros del Manchester City; a Philippe Montanier le hicieron otro tanto sus discípulos de la Real, henchidos de satisfacción tras culminar una excelente campaña con la clasificación para la fase previa de la Champions. Montanier también aprovecha el pelotazo para plantar a la afición txuri-urdin, que hace seis meses le bufaba y ahora le implora, y largarse con viento fresco al Rennes. El éxito de la Real golpeó con dureza al Deportivo, que regresa a Segunda y acaba por derrotar anímica y psicológicamente al gran Valerón, quien a punto de cumplir los 38 años duda, por este orden, entre un esplendoroso retiro en Catar, el regreso a casa, con la UD Las Palmas, o colgar definitivamente las botas. También se nos va José Mourinho, y bien que añoraremos a semejante payaso, jaleado en su despedida del Bernabéu por la calaña de los Ultrasur, en cuya entraña ha posado su legado: "tu dedo (en el ojo de Vilanova) será nuestra guía".

Acaba la Liga y hay un rosario de sensaciones, pérdidas y cambios, pero en el último partido el Athletic fue a lo suyo, pandereta, pandereta, dispuesto a competir, jugando al ataque en Vallecas o donde sea siguiendo la máxima de Marcelo Bielsa, pese a no tener aliciente ni causa alguna, alternando momentos hermosos con errores tremendos, como la excesiva fogosidad de Aduriz, que desencadenó su prematura expulsión, o la vuelta a las andadas de Iraizoz, en su versión más chunga, con otro antológico gol para la rechifla.

Fue el último no partido de Llorente con el equipo bilbaino, y se le notaba feliz al hombre, pues la chavalería vallecana le rodeó pidiéndole hasta sus ricitos de oro, y sobre todo porque queda libre del yugo rojiblanco para lanzarse a su aventura turinesa, la cual seguiremos con morbosa curiosidad. De Amorebieta, en cambio, probablemente ni nos acordaremos porque hace tiempo que ha dejado de existir, futbolísticamente, claro, y no despierta pasión alguna, ni para lo bueno ni para lo malo.

También colocaremos en un recóndito rincón de la memoria la temporada 2012-13, marcada poderosamente por la decepción, la nostalgia hacia el viejo San Mamés y su triste despedida frente al Levante, aunque todavía queda la oficiosa, ese homenaje que se ha sacado de la manga Josu Urrutia, como si de súbito hubiera caído en la cuenta de su inminente demolición, para asombro de Gómez Mardones, presidente de la Federación Vizcaina, que hasta entonces no tuvo noción de la buena nueva. Asombra semejante reduccionismo, si no es fruto de la improvisación, cuando el Athletic es y será por vocación la selección de Euskadi y universal por la admiración que suscita, y no un txoko de cuadrilla. Solo siete de los 28 futbolistas de la plantilla son vizcainos; un guipuzcoano como José Ángel Iribar congrega la esencia del club y ejerce de embajador plenipotenciario; Carlos Gurpegi, navarro de la Ribera, llevó con orgullo la capitanía en el último encuentro oficial en la Catedral en ausencia del titular, el guipuzcoano Andoni Iraola; la afición recuerda caliente el compromiso de Joseba Etxeberria, de Elgoibar, y jalea con entusiasmo al noble Gaizka Toquero o las cabalgadas del incombustible Óscar De Marcos, ambos alaveses; valora el excelente trabajo de Cuco Ziganda con el filial y aguarda con expectación si finalmente es Ernesto Valverde, extremeño de Viandar de la Vera, gasteiztarra de adopción y uno de los nuestros por haberlo mamado, el próximo entrenador del Athletic. Y así...

Y esa es otra. Porque si la temporada ha estado marcada por el fracaso en eso ha tenido lo suyo la vacilante mano con la que Urrutia ha manejado los momentos más críticos (la convulsa pretemporada con el empleado Bielsa o tolerar que se pudiera enquistar como un elemento distorsionador el caso Llorente). Asombra comprobar que lo que fue aclamado por su excelencia un año antes no se pueda retomar con cariño, entusiasmo y fe un año después, es decir, que no se redoble la confianza hacia el técnico argentino, sobre quien la directiva rojiblanca extiende un manto de frialdad que no merece en modo alguno. Qué bien nos cae Valverde, pero cómo admiramos a Bielsa; su legado, ciencia, entrega y dignidad, que están muy por encima de sus defectos.