cristiano Ronaldo anotó dos de los tres goles con los que el Real Madrid despachó al Granada hace cinco meses en el partido de ida disputado en el Barnabéu y no los celebró. Luego fue al encuentro con los periodistas y confesó: "estoy triste". No ofreció más explicaciones y se armó la mundial.
¡CR7 está triste!, ¿que tendrá CR7?, se preguntó el orbe futbolístico. Por doquier surgieron chascarrillos y tesis doctorales dispuestas a desentrañar el magro fenómeno y los más insidiosos propagaron la teoría de los celos. Celos hacia Messi, su gran antagonista; celos hacia Iniesta, que por aquel entonces la UEFA le premió como el mejor jugador europeo del año; celos hacia la rosa de los vientos, el lucero del alba y cualquier otra materia susceptible de provocar celos en gente cono un narcisismo equiparable.
Hubo disertaciones destacando asuntos más prosaicos. Por ejemplo que bajo la súbita aflicción de Cristiano se escondía la petición de un aumento de sueldo, y finalmente la prensa más avezada en asuntos madridistas concurrió en lo siguiente: resulta que Ronaldo se sentía poco amado por la parroquia merengona, además de tener celos de la rosa de los vientos, el lucero del alba, Andrés Iniesta y Lionel Messi.
Cinco meses después el madridismo le aclama y adora porque sabe que sin el delantero luso el Real Madrid, el club más potente del mundo, ya no tendría licencia ni para soñar con lo mínimo imprescindible a su grandeza, es decir, consolarse con las migajas de la Copa, como ocurrió en el primer año de Mourinho; o la improbable hazaña de conquistar la Décima, especie de tótem sobre el cual danzan con frenesí las desencantadas tribus madridistas.
Pero cinco meses después y también con el Granada como rival, resulta que Cristiano Ronaldo tampoco celebró el gol que marcó, y aquí no hubo divagación alguna, obviamente, porque como saben ustedes CR7 anotó en propia meta, provocando otras dos situaciones espectaculares que solo el fútbol procura: por una parte Ronaldo, tan amante de los récords, puede jactarse de haberle metido al menos un gol a todos los equipos de Primera División, Real Madrid incluido, y por otra el Granada se apunta una victoria impensable y mágica, porque para conseguirla no necesitó tirar ni una sola vez contra la portería contraria, defendida por Diego López.
La abulia exhibida por el equipo blanco, Ronaldo al margen, ha dejado al Barça el camino hacia el título de Liga tan expedito que sus jugadores pelearon en Valencia, pero sin exprimirse, dada su amplia distancia clasificatoria sobre el Atlético y Real Madrid, y concedieron un empate que dice mucho de Ernesto Valverde, un técnico que ha sabido reactivar al equipo levantino. Hizo bien Valverde en no castigar deportivamente a Ever Banega, que llegó tarde y al parecer beodo al entrenamiento del viernes, más que nada porque el controvertido muchacho argentino batió a Valdés. Además, el plan diseñado por el exentrenador del Athletic sirvió para desactivar a Messi, aunque la Pulga finalmente anotó de penalti el tanto del empate azulgrana, ampliando así a doce el récord de jornadas consecutivas que lleva agujereando la meta rival.
Fernando Llorente no contabilizó gol alguno, pero también confiesa a sus amigos de Madrid lo triste que está y hay que entender sus razones, realizando previamente, eso sí, un considerable ejercicio de abstracción sobre las mentiras y falsedades que cimentaron la animadversión que ahora provoca entre la afición rojiblanca. Para animarle, le propongo unos cuantos consejos, no vaya a caer la criatura en la depresión: que piense lo descansado que estará para cuando sirva a la Juventus. La suerte que tiene, bribón, con la cantidad de paro que hay, de cobrar cerca de tres millones de euros netos sin darle un palo al agua, lo cual le permite más tiempo libre para mirarse al espejo y susurrar: espejito, espejito, ¿existe por ahí algún ser tan bonito? Que tenga en cuenta lo poco que le falta para librarse del club de los once aldeanos, a esos que ahora mira con desdén por encima del hombro, y mientras tanto puede combatir el tedio colaborando con alguna ONG, que además están tiesas con los recortes presupuestarios.
Ante tanto ego subido quiero reivindicar la figura de Markel Susaeta; la alegría de niño con la que festeja un gol, la sufriente mirada que lanza al aire si por una casualidad da una patada; su limpia simpleza; la capacidad que tiene para trivializar tanto los halagos como las críticas feroces; su reencuentro con ese fútbol exquisito que atesora para bien del Athletic, su equipo del alma, que ya ve la luz al final del túnel.