Recuerdo el rebote que agarró Juan Luis Larrea, vicepresidente de la Federación Vasca de Fútbol (FVF), presidente de la Guipuzcoana y vocal de la Española tras el Euskadi-Bolivia disputado hace veinte años, también en Anoeta. Entonces Larrea lucía el mismo bigote, menos canas y ejercía de tesorero de la Vasca, cargo que también ocupa en la Española. Entonces en el estadio donostiarra se congregaron unos 23.000 aficionados, 3.000 menos que el pasado sábado. Una taquilla raquítica en comparación con la que habitualmente se consigue en San Mamés, sede oficiosa de la selección de Euskadi por esa sencilla razón: se recauda más pasta. Y de eso se trata, de ganar dinero para invertirlo en el fútbol de base que la FVF acoge y ampara.
Dada su dependencia orgánica de la Federación Española, la FVF organiza los partidos de la selección vasca, pero ni puede ni pretende ir más allá que aprovechar el parón navideño para montar un partido amistoso de fútbol que sirva para mantener de una forma etérea el ideal de una selección como Dios manda; es decir, con pleno derecho para competir de manera oficial. De paso, se ofrece una opción lúdica con la que muchos niños tienen la oportunidad de acudir con sus aitas o en cuadrilla al estadio para ver a sus ídolos futbolísticos. Pero ante todo, lo dicho, para hacer caja.
Aprovechando el evento, Esait, la plataforma de apoyo a las selecciones deportivas vascas, organiza una kalejira reivindicativa hasta el campo ponderando la fiesta, me parece. Pero a su vera se arremolinan tribus de hampones y nostálgicos de la kale borroka que, siguiendo el ejemplo de los neonazis, han encontrado en el fútbol un pretexto para vomitar su violencia, y si no ves el balón por culpa del humo, pues te jodes y no haber venido; y si se te mete en los pulmones y te provoca angustia, tose o revienta.
Pero las tribus de nostálgicos de ETA, como sus hermanos neonazis lo son de Hitler, van a la cita futbolística con toda su parafernalia de guerra a sabiendas que el servicio de seguridad contratado por la FVF es tan básico (para recaudar más dinero se reducen gastos en control) que nadie les impedirá meter en el recinto deportivo, y en cantidades industriales, bengalas y petardos, que están prohibidos, hasta convertir Anoeta en una especie de Apocalypse Now cuya espectral percepción recorre el mundo para dar esa cruda imagen del partido y de los vascos, obviando por completo la goleada y el cariz deportivo del acontecimiento.
En consecuencia, las tribus adyacentes a Esait han hecho todo lo posible para reventar el objetivo, anunciando por toda la Tierra que admitir a la selección de Euskadi como contrincante futbolístico lleva consigo la horda. La UEFA, que con semejante dislate habría clausurado Anoeta durante varios partidos e impuesto una multa descomunal a la FVF, ya conoce que si deja en manos de la Federación Vasca la organización de un partido oficial se corre el peligro de asistir al crepitar del fuego, la angustia provocada por el gas y el miedo a que te caiga encima una bengala, o un asiento arrancado con cerril furia por las tribus nostálgicas de ETA, que han encontrado en este espacio futbolístico sitio y mando.
Antes de seguir reivindicando la oficialidad de la selección de Euskadi, o por lo menos en igual medida, conviene unir fuerzas y voluntades hasta lograr que semejantes tropelías no vuelvan a ocurrir. Comenzando por Esait, que debería desconectar, o desactivar, cuanto antes a la horda que le acompaña; y siguiendo con la propia FVF, obligada a garantizar a los aficionados que acuden al evento, muchos de ellos menores de edad que van a una fiesta, a pasárselo bien y disfrutar con el fútbol, sin correr ningún peligro.
El Euskadi-Bolivia invita a la reflexión y a buscar otros argumentos que nos traigan razón hacia metas mayores, y no entelequia, ni herejía o traición, y así de natural lo demuestran los británicos, donde el fútbol encierra el alma de cada país. Inglaterra se clasificó para los Juegos de Pekín 2008 pero, según la normativa del Comité Olímpico Británico, en la cita china solo se podía competir como Reino Unido. Ni Gales, ni Escocia ni Irlanda del Norte se opusieron, pero tampoco compartieron bandera ni jugadores con los ingleses, cuya federación optó por la renuncia.
Pero cuatro años después, lo que entonces parecía lógico, se convirtió en un serio problema: ¿cómo iba a estar ausente el fútbol británico de los Juegos de Londres? Los escoceses tampoco quisieron compartir equipo y balón con los ingleses. Ni los norirlandeses. Y solamente el sí bajo presión de los galeses, más afines y cuyos grandes equipos, como el Swansea, tienen sitio en la Premier, evitaron la expulsión del fútbol británico de su propia casa.
Nadie se rasgó las vestiduras.