De repente me he encontrado con dos problemas. Por un lado he comenzado a montar el Belén navideño y no sé qué hacer, pues desde que Benedicto XVI aseguró en su nuevo libro que en el Portal no había ni mula ni buey ni ningún otro animal que le echara su cálido aliento al niño Jesús no sé si poner las figurillas sobre algún pastizal cercano, construir un corral para asegurarles un retiro digno, trasladarles al matadero o llevarle la contraria a su Ilustrísima Santidad y mantener la tradición, más que nada porque el buey y la mula permanecen postrados y tan apacibles en tan dulce compañía que da como cosa prescindir de ellos. Se crea un vacío cósmico y tampoco es cuestión de llenar todo aquel espacio de angelotes.
Con lo inmovilistas y retrógradas que son para otras cosas en el Vaticano y va Ratzinger y se le ocurre la sinsorgada de borrar al buey y a la mula de la parafernalia navideña. Sin embargo es el otro problema el que me trae en un sinvivir. Resulta que compré una camiseta de Fernando Llorente en las anteriores rebajas, cuando nada de esto había aún, para ahorrarme unos durillos. Quería regalársela para el Olentzero a un valiente muete pamplonés, hincha del Athletic y como tantísimos chavales gran admirador del apolíneo delantero, y ahora no sé qué hacer con ella. No sé si someterla al fuego purificador o ceñirla sobre un muñeco y practicar vudú.
Pero lo cierto es que el muchacho en cuestión, navarro tenía que ser, se resiste a asumir el desencanto provocado por la desafección de Llorente y mantiene viva la esperanza. Tanto llega lo suyo que incluso cree que renovará el contrato.
Personalmente no le quise insistir mucho al respecto después de escuchar el pasado martes los argumentos del futbolista, sobre todo por puro egoísmo y para no tirar al desagüe la inversión realizada en la camiseta número 9, pues tampoco corren tiempos para el despilfarro.
El ejemplo sirve para ilustrar hasta qué punto llega la convulsión generada por Fernando Llorente sobre lo más sagrado que tiene un club de fútbol: su afición.
Son miles los niños que han sufrido la enorme decepción causada por el jugador de Rincón de Soto y que también se debaten entre el fuego sagrado y el vudú, pero casi todos coinciden en lo mismo: salir por ahí enfundado en la zamarra con el nombre de Fernando Llorente estampado en la espalda puede llevar a situaciones incómodas, dado el enconamiento que ha cobrado la cuestión.
En consecuencia conviene resolver cuanto antes el tema, y con eso quiero decir que sería bueno, saludable y racional buscar una salida al jugador en el mercado de invierno. El club se ahorrará la parte proporcional de su ficha, que no es poco; a lo mejor la entidad que le acogerá en su seno (se da por seguro que es la Juventus) accede a pagar un dinero al Athletic por disponer ya mismo del futbolista y desde luego el Athletic se arranca de cuajo una controversia que amenaza con gangrenar su macilento cuerpo.
Que no se preocupe Josu Urrutia. Si Ratzinger ha sido capaz de desautorizar a los evangelistas Mateo y Lucas sobre la mula y el buey bien puede el presidente desautorizarse a sí mismo sobre aquella solemne declaración: que el futbolista solo se iría del club cuando alguien pague su cláusula de rescisión o por extinción del contrato. Se aconseja que Urrutia deje orgullo y ceremonia para la misa. Porque ya es una cuestión de convivencia y sentido común.
Justo lo que ha perdido Fernando Llorente con sus declaraciones del pasado martes: llamó, con otras palabras, tontos del haba a los seguidores del Athletic, como si éstos fueran tan párvulos como para tragarse sin caer en la indignación y sin necesidad de que periodista alguno le aleccione al respecto los pretextos utilizados por el jugador para sustentar su ignominiosa fuga. Porque suena a ofensa que mire por encima del hombro a esa hinchada que tanto le amó invocando su condición de campeón del mundo y de Europa para sustentar sus ambiciones, cuando en la selección española simplemente fue un futbolista de relleno, salvo en los anuncios publicitarios, donde tan bien luce, pero quién se ha creído que es; y para colmo del dislate ahora resulta que la oferta del Athletic era "irrechazable". Cuando negociaba, ¿estaba de broma o de burla?
Llorente calentó por la banda durante toda la segunda parte. El Athletic se aferró al noveno gol liguero de Aduriz para doblegar al Celta, acabar con su portería sin mancillar y ceder al Deportivo el dudoso honor de ser el equipo más goleado del campeonato. Marcelo Bielsa tuvo el buen criterio de no recurrir al nueve. Y San Mamés suspiró de puro alivio.