Amiga, hay que ver cómo es el amor. Que vuelve a quien lo toma, Gavilán o paloma...". ¿Se acuerdan? La letra del viejo éxito de Pablo Abraira puede voltearse como un calcetín para utilizarlo como metáfora y explicar que La Paloma, ahora refiriéndonos al aeropuerto de Bilbao, se ha convertido en un gavilán que hace presa de los pájaros de hierro que se posan en sus ramas, reteniéndoles. Es de sobra sabido por quienes gestionan aeropuertos que el verano es una estación de paso de bandadas de aviones en su migración hacia tierras cálidas pero pocas veces -en verdad, y al decir de los números, nunca...- se produce una tumultuosa contrapasa o, lo que es mejor en términos de negocio, la decisión de anidar y poner huevos, con perdón. Esta vez, al parecer, la naturaleza ha obrado una excepción. Recemos por que se convierta en norma, que falta nos hace cualquier ingreso en los tiempos no ya que corren sino que vuelan.
De entre aquellas aves que han decidido no volver duele, sobre todo, la ausencia de un vuelo directo a Roma, cuyo rey ya no asomará por la puerta de la capital vizcaina. Es una triste pérdida, por mucho que el refranero apunte a que preguntando se llega a la capital transalpina y que todos los caminos te llevan a sus puertas. Viajar hasta los pies del Coliseo romano para retratarse con un actor caracterizado de curtido cicerone o regodearse en el revuelo que se forma en la fontana de Trevi son hermosas soluciones para una escapada exprés, según atestiguan quienes tienen la posibilidad. ¿Volverán las oscuras golondrinas a volar de una ciudad a otra...? Seguro que sí.