Desde hace unos días el calor ahoga a Euskadi y trastoca cada minuto de nuestra rutina. Estamos más cansados, nos cuesta todo más y dormimos peor. Sin embargo, la vida continúa y nuestras obligaciones siguen ahí sin importar el tiempo ni las consecuencias que este tiene en nuestra salud y nuestra productividad. Las temperaturas son tan altas que desde el pasado 20 de junio Osakidetza ha tenido que atender a 67 personas a consecuencia del calor.
Cuando el termómetro marca 36 grados en Bilbao, la mayoría buscamos refugio en casa, con el aire acondicionado o un ventilador, intentando sobrevivir al calor. Pero hay un grupo de personas para quienes ese alivio no existe. Son los trabajadores que, obligados por su profesión, tienen que pasar horas y horas bajo el sol, sin sombra ni pausa.
Ellos son los obreros que rompen el cemento en la obra, los repartidores que cruzan calles y barrios cargando paquetes, las carteras que caminan kilómetros bajo un sol que quema, con la responsabilidad de entregar cada carta. Los jardineros que mantienen verdes nuestras plazas y parques, mientras sus cuerpos luchan contra el agotamiento. Técnicos de mantenimiento, mensajeros, barrenderos... todos con el mismo denominador común: no pueden detenerse, no pueden elegir un día sin sol. Son personas que no tienen la opción de “teletrabajar”, ni de “salir solo a primera hora del día”.
DEIA ha salido a la calle para poner cara y dar voz a estas personas. Uno de esos trabajadores a los que les toca sufrir el sofocante calor en la calle es Javier. Él es empleado de Correos y la calle es su pan de cada día. Se dedica a la entrega y recogida de cartas y paquetes con una furgoneta y el bochorno de estos días es su gran enemigo. “Los carteros estamos acostumbrados a las inclemencias del tiempo, pero también es cierto que los picos son cada vez más extremos”, asegura a DEIA. Explica que el calor no se lleva bien sobre todo cuando son tantos días seguidos. “Procuro beber mucha agua para mantenerme hidratado”, explica. En su caso particular la empresa no le ha modificado los horarios por la ola de calor, y tiene que continuar su jornada como cada día.
No es el único. Para Daoiz, María, Youxxef y Maider la calle es su oficina y no tienen aire acondicionado para refrescarse. “Cuando no hay gente trato de buscar la sombra y cuando me toca estar al sol me resguardo bajo el paragüas”, explica Maider, una guía turística que recibe a todos aquellos visitantes que quieren conocer Bilbao desde el famoso autobús rojo de dos plantas. El suyo es un trabajo que se desarrolla en los meses de la temporada estival, que es cuando más turistas llegan a la capital vizcaina. Es por ello que a esta joven no le queda más remedio que continuar con su labor diaria y hacer fente a estas altas temperaturas como buenamente puede.
Resignación
Cuando el calor aprieta, toca resignarse y sobrellevar estas altísimas temperaturas como buenamente se pueda. Las recomendaciones las tenemos claras y se ajustan a la lógica: beber agua abundante y con frecuencia, tratar de buscar la sombra, evitar exponerse al sol sobre todo en las horas centrales del día y si se puede, arrimarse a un buen aire acondicionado. Generalmente todas aquellas personas que trabajan en una oficina o en espacios interiores pueden seguir estas pautas sin grandes complicaciones y desempeñar sus tareas diarias como lo hacen habitulmente. A ellas el calor no les afecta en exceso por lo menos en su jornada laboral. Sin embargo, no todos los trabajadores tienen la misma suerte.
Marisa regenta una tienda de pollos en el Casco Viejo y convive con el calor todos los días del año. Sin embargo, estos días se intensifica y cerca del asador las temperturas alcanzan los 50 grados. “Si en la calle hay 35 grado, en la tienda siempre tenemos 20 o 30 más”, explica. El local no tiene aire acondicionado y el ventilador únicamente mueve el aie caliente que se concentra. Es por ello que Marisa y su compañera Eva están sudando desde que entran hasta que salen, y debido a que por las noches no refresca demasiado, no consiguen que el local se ventile.
Estas son sólo algunas de las caras visibles de los y las trabajadoras que desempeñan oficios que literalmente queman y que cruzan los dedos para terminar la jornada sin sustos.