la súbita destitución -oficialmente, "retirada por motivos de salud"- del jefe del estado mayor norcoreano, general Ri Yong-ho, parece un episodio más del canibalismo político de todas las dictaduras.
Y si es innegable que la eliminación del segundo hombre más poderoso del país (Ri ya lo era durante el mandato de Kim Jong-il, padre del actual líder máximo) incrementa los poderes del presente dictador -Kim Jong-un- y tercero de la única dinastía comunista del mundo, la escenografía de la destitución obliga a creer que la maniobra abarca también un cambio de rumbo trascendente en la política norcoreana.
Este cambio apunta a la economía; o a la economía y al presupuesto general del Estado. Porque son muchos y muy persistentes los rumores en Pyongyang de una inminente y profunda reforma agraria con la que se quiere evitarle nuevas hambrunas en el país. Y también se rumorea, aunque no tanto, que Kim Jong-un quiere acabar con el "abrazo de la muerte" que le dan las fuerzas armadas a Corea del Norte, quedándose año tras año con el 30% de los ingresos nacionales e imponiendo una política exterior cuyos únicos resultados hasta ahora ha sido el aislamiento casi total de la República.
Eliminando a Ri y rehabilitando a políticos más aperturistas que se habían enfrentado al ex jefe del estado mayor, Kim Jong-un desplaza a los generales del primerísimo plano político que había detentado desde finales de la II Guerra Mundial.
Esta carga de profundidad contra el protagonismo militar se ha visto por partida doble. No solo se le jubiló a Ri sin más, negándole los habituales elogios y cargos protocolarios, sino que además la decisión se adoptó por unanimidad en una reunión súper plenaria del "politburó" del partido comunista coreano: asistieron al mismo los miembros titulares y los miembros candidatos. Es decir, el cambio se hizo con el visto bueno de todos los poderes políticos del país? lo que le quita preventivamente al Ejército todo pretexto de crítica o contracambio de rumbo.
Naturalmente, la maniobra del nuevo dictador coreano se la facilitó el mismo general Ri Yong-ho, con una serie de acciones que dejaron en ridículo al país ante el mundo exterior y ante las clases dirigentes propias.
No ha sido solo el penoso regateo en torno a las pruebas nucleares coreanas en el que Pyongyang se mostraba flexible a cambio de ayuda humanitaria, sino también -o quizá, sobre todo- el ridículo del frustrado lanzamiento de un misil, anunciado como de tecnología y fabricación coreana, que en vez de alcanzar la estratosfera perdió el rumbo a pocos kilómetros de la rampa de lanzamiento.