Además Libia votó la semana pasada por vez primera en 60 años en una extraña consulta en la que al pueblo se le preguntaba que legisladores quería tener cuando en realidad se trata de saber qué país quiere tener? o cuantos.

Y es que tras la guerra civil del año pasado, que acabó con los cuatro decenios de dictadura gadafista, la Libia de hoy no es un Estado sino un conglomerado de reinos de taifas en el que el poder real está atomizado y en manos de los milicianos locales que tienen poca o nula ideología y un incontenible instinto de rapiña. Actualmente la situación libia es muy parecida a la somalí, donde no existe ni estructura estatal ni poder central; tan solo el imperio de los señores de la guerra, cada uno con un poder limitado a unas centenas de kilómetros cuadrados.

Para agravar el problema, las tres regiones tradicionales del país -Cirenaica, Trípolis (Libia Occidental) y Fizan, la gran región desértica del sur- amagan constantemente con la escisión. Si no lo han hecho todavía es porque no se sabe quien o quienes se beneficiarían en caso de división del país de los 5.000 millones de dólares mensuales que genera la producción petrolífera, que ha recuperado los niveles que tenía antes del derrocamiento de Gadafi,

Políticamente, esto quiere decir que los tres millones escasos de libios con derecho a voto han escogido a los 200 delegados de la futura Asamblea Nacional de entre los 3.700 candidatos que se presentaban. 120 escaños se adjudicarán a título individual y los 80 restantes, a los representantes de los partidos, 130 partidos políticos que presentaban 1.200 aspirantes a diputado.

En realidad, todo esto son cifras intrascendentes, porque la futura estructura democrática de Libia la diseñaran los 60 delegados que formen el Comité Constituyente y que se compondrá paritariamente por representantes de las tres regiones tradicionales. Incluso lo de la voluntad popular resulta muy relativo, porque antes de los comicios sólo se registró como votantes el 80% del electorado y el sábado pasado acudió a las urnas tan sólo un 60% de ese 80%. Incluso el hecho de que las diferentes tendencias islamistas predominasen en las listas de los partidos en liza no pasa de sintomatología ya que la pregunta clave del futuro inmediato de Libia es: primero, la constitución de un poder central y; segundo, la adjudicación de ese poder a un grupo o una alianza de fuerzas políticas. Es casi seguro que esos 60 diputados redacten una Constitución consensuada, pero es igualmente seguro que esto resulte intrascendente por ahora, porque no sólo falta un poder central que sea acatado en todo el territorio nacional, sino que en las fronteras occidentales continúan las luchas étnicas de los bereberes que se sintieron libios únicamente bajo la presión de los milicianos de Gadafi. También parece inevitable que este enorme país -el cuarto más extenso de África- escasamente poblado adopte un modelo federalista para satisfacer las ansias de un máximo de autonomía de los distintos territorios con derechos históricos o acusada personalidad étnico-cultural.

Como se ve, son demasiadas incógnitas y demasiados los 'tapados' -los líderes políticos que todavía no han dado la cara en la lucha por el poder- como para poder hacer pronóstico alguno sobre el futuro inmediato de Libia.