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El PP y la política del boomerang

El PP y la política del boomerang

EN sus largos ocho años de oposición al gobierno Zapatero el PP acuñó un modelo de oposición y de hacer política basado o centrado en la confrontación y quedó convertido casi en un partido antisistema, que reclamaba por ejemplo la desobediencia civil ante reformas legislativas como las del matrimonio homosexual, la despenalización del aborto o ante reformas educativas. Esta inercia rupturista y tosca parece mantenerse incluso con la mayoría absoluta de que disfruta en esta legislatura. Buscar la bronca permanente, la descalificación y la crispación continua, jugar a la adhesión o al odio como únicas opciones, "ser o de los míos o mi enemigo", parece poder conferir, en apariencia, ciertos réditos electorales, pero en realidad se acaba volviendo en contra de quien exhibe este tipo de dialéctica y de práctica política.

El continuo recurso a la ocurrencia como única reacción política por parte de significados dirigentes del PP entre los destaca sobremanera la presidenta madrileña Esperanza Aguirre, cuestionando directamente la legalidad y en última instancia deslegitimando el Estado de Derecho, puede acabar conduciendo al fracaso esa estrategia de confrontación. Bajo la bandera de un patriotismo esencialista disfrazado de constitucionalismo jugaron durante las pasadas legislaturas al boicoteo de la implantación de la asignatura de Educación para la ciudadanía (ahora adaptada a su doctrinario ideológico), a la negación de toda realidad nacional distinta a la "indisoluble unidad de la nación española", la única existente a su entender, o a la persecución a las clínicas que practicaban legalmente abortos, o incluso llegando a invocar el artículo 155 de la Constitución, precepto pensado para su aplicación a comunidades autónomas que incumplan sus obligaciones, invocándolo frente a Catalunya tras la democrática decisión de su Parlamento de prohibir las corridas de toros, acuerdo interpretado paranoicamente como una especie de maniobra contra la unidad estatal.

Podría elaborarse un prontuario de ocurrencias, pero el planteamiento de desaparición del Tribunal Constitucional y su integración como una sala más del Tribunal Supremo realizado por la dirigente popular Esperanza Aguirre tras la decisión sobre la legalización de Sortu requiere una reflexión más detenida: sin todavía haber podido leer el contenido de la sentencia menosprecia y se mofa del tribunal constitucional, se comporta como una hooligan más que como una política con altas responsabilidades. ¿Cómo pretender que los ciudadanos acaten las sentencias judiciales, cómo pretender que se crea en el sistema judicial si cuando una sentencia no satisface el deseo de venganza política de ciertos dirigentes del PP demonizan al máximo órgano jurisdiccional?; ¿Cómo pretender que la ciudadanía forme su criterio sobre bases fundadas de conocimiento si se le confunde con banalidades demagógicas y populistas, tales como afirmar "no sé por qué lo llaman Sortu, que lo llamen directamente ETA"?.

La hipocresía, el punto de arrogancia y de chulesco menosprecio hacia el Tribunal Constitucional es tan antidemocrático que debe merecer el máximo reproche y el desprecio legal y político. ¿Con qué autoridad pretende erigirse en intérprete auténtico de los supuestos deseos de la ciudadanía española, como reclama para sí la presidenta madrileña? ¿No tuvo bastante dosis de populismo político barriobajero cuando se le ocurrió la barbaridad de proponer la suspensión de la final de Copa, o cuando propuso penalizar la pitada al himno en cuanto símbolo nacional del Estado español?

La verdadera política ha de venir representada precisamente por la antítesis de este tipo de reacciones ocurrentes. Jugar al populismo es fácil, y supone, seguro, un buen analgésico para sus acólitos ideológicos, permite cerrar filas entre lo más sectario y rancio de esa fuerza política, que dice representar el centro derecha, pero esconde una profunda falta de raíz democrática, de creencia y respeto en las instituciones democráticas.

Deslizarse por esa pendiente es más fácil que construir un discurso fundado y respetuoso con las instituciones y con el pluralismo democrático. Pero eso no se aprende de un día a otro. Se lleva dentro o no se lleva. Estos "tics" antidemocráticos encuentran eco y acogida en muchos militantes antisistema, y puede volverse contra quien los emplea como si en lugar de un discurso político se tratase de una opinión vertida en el círculo privado de cada persona. Tanta reiteración no es casualidad. Responde a un profundo déficit de cultura democrática, tan preocupante como el diabólico intento, apoyado por muchos morbosos medios de comunicación, de continuar estigmatizando cuando no demonizando todo lo vasco. Déjenos un poco en paz, sra. Aguirre, bastantes problemas y retos convivenciales tenemos ya como para arrojar gasolina al fuego y seguir utilizando y manipulando de forma artera y ruin a las víctimas. Se merecen un respeto. Todas. Y no el menosprecio derivado del vacuo, hipócrita y populista discurso de muchos dirigentes del PP.