AL igual que hay la tormenta perfecta, existe el tertuliano perfecto. Se trata de un marinero mediático capaz de navegar simultáneamente en las aguas turbulentas de la extrema derecha y en los océanos del sosiego progubernamental. Se echa a la mar del debate lo mismo en las mañanas del hablar ligero que en las noches intelectuales y también en algunas tardes de siesta. Nadie conoce su secreto para emprender tantas y tan dispares singladuras y haber sobrevivido a los embates de las verdades absolutas, el fragor argumental y la erosión de las falacias.
Existe el almirante de la controversia y se llama Antonio Miguel Carmona. Seguro que lo han visto, porque si no está frivolizando con Ana Rosa, subido a La Noria u ocupando silla en TVE, lo hallarán chapoteando en Veo7, 13 TV, La Sexta, Antena 3, Telemadrid y, por supuesto, en Intereconomía haciendo la guerra a los fascistas. Lo extraño es que aún no haya arribado a las costas de ETB, con lo pródigo que es Surio con los corsarios.
No tengo claro si el hiperactivo Carmona es un genio del discurso o un enfermo crónico por su adicción a las cámaras. En ocasiones es penoso verle en su papel de socialista numantino y otras veces, cuando el profesor se impone al militante, resulta convincente y lúcido.
La televisión seduce y envanece, con lo que si no fijas sus límites y no pones fecha de caducidad a su atracción fatal, te convierte en parte de su espectáculo y enajena tu espíritu. Es incomprensible que un hombre inteligente quiera ser hoy el Zapatero de la tele o el Perry Mason de la crisis.
Quizás Carmona, que vive en permanente estado de tertulia, sea un héroe en su partido por las broncas con sus crecidos rivales del PP y por sus encontronazos con cínicos como Mario Conde y falangistas como García Serrano; pero con la sobreexposición mediática no se hace ningún favor. Librar uno o dos combates diarios de opinión no puede ser bueno para la salud mental. No se percata de que la televisión a grandes dosis, primero, te cautiva; luego, te devora y, finalmente, te defeca.