Los acontecimientos que vienen sacudiendo Egipto corresponden a lo que podría llamarse "una lógica del poder": la decrepitud política y fisiológica del Presidente Hosni Mubarak ha desencadenado una lucha por su sucesión aún antes de que el hombre haya quedado apartado del poder.
Como la inmensa mayoría de las dictaduras, la de Hosni Mubarak ha estado cimentada en el apoyo de las fuerzas armadas y de las policías (la secreta y la uniformada). Gracias a ello y a su innegable habilidad maniobrera en el entramado de las fuerzas políticas y sociales del país, Mubarak ha sido capaz de mantener su dictadura en Egipto tres decenios largos. Y ha sido esencial también la ayuda estadounidense que solo desde el punto de vista financiero (ayuda militar y economía) ha representado más de dos mil millones de dólares anuales.
Treinta años, claro, pasan factura. Y el Hosni Mubarak de hoy en día es menos clarividente que el de los 80; y también es mucho más sentimental que aquél. El Mubarak actual ha creído que sus aliados nacionales le prestan una fidelidad numantina. Además, con esta creencia -equivocada a todas luces- Hosni Mubarak dio rienda suelta a su amor de padre y preparó su sucesión en plan dinástico: lo arregló todo para que el Parlamento designase antes del próximo verano a Gamal Mubarak -hijo de Hosni- como futuro presidente.
Pero el general Mohamed Hussein Tantawi, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas egipcias, no comparte el paternalismo de Hosni Mubarak. Para él y la mayor parte del alto mando militar, la presidencia es incumbencia del Ejército. Y si Gamal Mubarak no era hombre grato para los militares, la idea de una presidencia hereditaria resultaba ya totalmente inaceptable. Al fin y al cabo, desde que los mamelucos llegaron a mandar en Egipto, el poder en este país ha sido siempre de los militares de forma directísima o disimuladamente directa.
Hosni Mubarak recibió el año pasado varios avisos de las Fuerzas Armadas de que la idea dinástica resultaba inaceptable, pero evaluó mal la situación y siguió adelante con su plan. Creyó que contaba con la lealtad de los servicios secretos y que la fuerza de éstos era mayor que la de los militares.
Al fin y al cabo, gracias a los servicios secretos y una campaña de corrupción logró diezmar y desacreditar a los Hermanos Musulmanes, la mayor fuerza política y religiosa que ha desafiado en Egipto a los Gobiernos laicistas y pro occidentales. Hoy en día, en Egipto, la fama de los Hermanos Musulmanes es mucho mayor que su fuerza real.
Sobre este entramado, la crisis sucesoria activó una masa humana emocionalmente vulnerable y de manipulación muy barata. No hacen falta grandes esfuerzos para poner en marcha protestas de ciudadanos desesperados por el constante declive del nivel de vida y la falta de perspectivas laborales.
Las manifestaciones callejeras y la pasividad militar constituyen la tramoya perfecta para echar a Hosni Mubarak y dar la impresión de que el Ejército toma el poder "para salvar a la patria". Así los militares vuelven a parecer unos desinteresados ángeles de la guarda que se sacrifican por la patria.
Semejante planteamiento encuentra en el Premio Nobel de la Paz El Baradei -un hombre de la clase alta cairota que lleva casi tantos años viviendo fuera de Egipto como Hosni Mubarak encaramado en la dictadura- y una serie de opositores de segundo rango unos comparsas magníficos para disfrazar de democrático el retorno del poder a las manos de los militares.