La confusa y sangrienta (87 muertos hasta el pasado miércoles) rebelión popular contra el huido presidente Ben Ali adquiere cierta lógica tanto en su estallido cómo en su desarrollo y desenlace si se tiene en cuenta que se trata del hundimiento de una dictadura tercermundista. Y la inmensa mayoría de este tipo de dictaduras dura tanto cuánto dura la alianza entre el dictador y las fuerzas de represión : ejército y policía.
La aparente tranquilidad pública del Túnez de Ben Ali era en realidad una especia de "paz del cementerio" ya que la población -10.300.000 habitantes- era mantenida en estado de letargo político por un contingente de 35.000 soldados y un aparato policiaco con más de 160.000 agentes, entre uniformados y secretos. Además del apoyo interno de las fuerzas de seguridad, Ben Ali gozaba, como su antecesor Bourguiba, del apoyo exterior de Francia, Italia y Estados Unidos.
Este montaje tercermundista del poder tunecino fue tolerado por la población mientras la situación económica se mantenía a un nivel más o menos satisfactorio y que, evidentemente, resultaba exultante para los detentadores del poder, empezando por Zin al Abidin Ben Ali y su familia, los ministros, altos mandos militares y policiales y un puñado de empresarios privilegiados que mantenían en marcha el tinglado de una corrupción creciente.
La consecuencia social de semejante estructura política es que el país acabó siendo una masa informe de ciudadanos desinformados (aunque intuía el abuso de poder de la élite política y la familia Ben Ali), enjaulada en una telaraña de servicios secretos, policía uniformada y Ejército fieles al presidente porque les dejaba formar parte de la "corruptocracia" establecida por el Gobierno.
Con el paso de los años, la familia de Ben Ali perdió el sentido de la realidad y pasó de líder del expolio del país a monopolista. De la república de orientación democrática y occidental de Bourguiba se había pasado a una monarquía despótica oriental medieval, donde la confusión entre el erario público y la fortuna personal de la dinastía era absoluta. Y en este caso, además de absoluta se había vuelto excluyente, apartando cada vez más a los colaboradores del pesebre de la corrupción.
Este panorama explica el súbito giro del Ejército (Ben Ali y el comandante supremo de las fuerzas armadas habían roto su alianza hace muy poco), la conducta errática de la policía y la predisposición del primer momento de los dirigentes de la oposición y los sindicatos a aliarse con antiguos colaboradores de Ben Ali -caso del presidente, Fuad Mebaza, y el jefe del Gobierno, Mohamed Ghanouchi- para formar un nuevo Gabinete.
Y es que por una parte la mentalidad política del país sigue siendo la de encaramarse para medrar y, por otro lado, el enorme vacío social moral y político generado por la dictadura hace muy difícil hallar gente nueva, honrada y competente, para asumir enseguida la dirección de la República.
Para terminar de complicar la situación, el país no solamente anda buscando a los nuevos dirigentes para la tercera etapa política, sino que lo tiene que hacerlo en el marco constitucional creado hace cincuenta años largos a la medida y las necesidades de Bourguiba, el primer presidente de la República. Entre las reforma urgentes que necesita Túnez figura hoy también una nueva Ley Fundamental.