Un año para recordar
Con el inminente final de año llega la hora de hacer balance del pasado y otear el horizonte del futuro. En ambos casos el panorama no puede ser más desalentador en la medida que hoy seguimos igual o peor que hace doce meses, cuando esta columna se despedía de 2009 con un "Feliz 2011" en la esperanza de que 2010 fuera el año en el que se corrigieran las causas de la crisis. Sin embargo, ahí tenemos al presidente del Gobierno español diciendo que "llevamos dos años de lucha contra la crisis, haciendo reformas o proyectándolas hacia el futuro, pero necesitaremos cinco años para corregir los desequilibrios estructurales de esta economía, cinco años".
A estas alturas de la crisis, uno ya no sabe a que "desequilibrios estructurales" se refiere después del duro ejercicio 2010 en el que la creación de empleo sigue estancada, lo mismo que el crecimiento económico, pero sí se han aprobado medidas como la reforma laboral, la congelación de las pensiones y la reducción de los salarios públicos, al tiempo que se quiere ampliar la edad de jubilación y los años de cotización como base para el cálculo de las pensiones. Toda una serie de medidas dirigidas y aplicadas ipso facto a controlar el gasto público y reducir el déficit, mientras las mismas autoridades olvidan esa urgencia cuando se trata de regular el sistema financiero, causante de la crisis y que, junto a 4,5 billones de euros por los bancos europeos como ayuda pública, disponen ahora de una plazo hasta 2019 para cumplir las nuevas condiciones en materia de capital mínimo.
Pero algunos Gobiernos parecen haber olvidado que estas ayudas públicas, concedidas con una generosidad y celeridad alarmantes no sólo generan déficit y endeudamiento, también hay que pagarlas. Por eso, 2010 será recordado como el año en el que han reventado las deudas soberanas de países de la zona euro como Grecia e Irlanda, porque estos países, al igual que otros como Portugal e España, cuando llegaron al dilema entre estabilizar para crecer o crecer para estabilizar, optaron por poner primero el dinero público (nuestros impuestos) al servicio de las necesidades financieras y otras de menor calado para estimular la economía, pero desestabilizando el sistema, mientras que otros, caso de Alemania, asustados por la magnitud de la deuda, decidieron estabilizar la economía como condición irremplazable para volver a la senda del crecimiento.
El resultado es el que es. Alemania ofrecerá este año un envidiable ratio de crecimiento económico, mientras que la sociedad española deberá afrontar otros cinco años de crisis, según Zapatero, bajo el eufemismo del "compromiso de austeridad" que, en realidad deja abierto y sin defensas un escenario social donde prevalece el síndrome del miedo: Miedo a perder el empleo; Miedo a perder los ahorros; Miedo a perder la pensión. En definitiva, miedo a perder el estado de bienestar. Pero no debemos desesperar. Dentro de unas semanas, los bancos comenzarán a publicar sus resultados en 2010 y podremos comprobar que, aunque sean inferiores a 2009, han obtenido grandes beneficios.
Es lo que tiene esta crisis económica, los ricos, las grandes empresas y los bancos, siguen siendo más ricos, más poderosos y más influyentes, mientras que la sociedad paga con los empleos perdidos, la reforma laboral, la congelación de las pensiones o la reducción de los salarios públicos, el coste del enriquecimiento de los verdaderos causantes de la crisis. La sociedad es más pobre y, lo que es peor, abducidos por el síndrome del miedo, nos alejamos de valores como la solidaridad y la democracia.
Termino deseando para todos lo mejor en este próximo 2011 y recogiendo una frase de Paul Krugman que, en mi opinión, resume muy bien lo qué ha sido 2010:
"Cuando los historiadores contemplen retrospectivamente el bienio de 2008 a 2010, creo que lo que más les desconcertará será el extraño triunfo de las ideas fallidas. Los fundamentalistas del libre mercado se han equivocado en todo, pero ahora dominan la escena política más aplastantemente que nunca".
URTE BERRI ON