eS evidente que la participación en el Jubileo de la Vera Cruz de Cuernavaca no tuvo los efectos esperados en la selección española, que perdió frente a Suiza en su debut mundialista, un hecho de consecuencias catastróficas para el Estado español, que había confiado en su roja la posibilidad de sacudirse esa sensación de poquedad que ha desencadenado la rampante crisis económica.

¿Y qué pasó, pues, en Cuernavaca?

¿Acaso su Lignun Crucis, que perteneció al patriarca de Jerusalén y según la tradición fue llevado por dos ángeles a Murcia para que un cura cautivo del moro pudiera oficiar misa es falsa?, como probablemente lo son los millares de trozos de cruz en la que supuestamente mataron a Cristo que hay por todo el mundo.

¿Tal vez deberían haber elegido el Jubileo de Santo Toribio de Liébana, que también tiene otro Lignun Crucis, y más grande, pero no fueron porque allí no había negocio?

¿Ha castigado el Altísimo la usura de Villar, que utiliza sin escrúpulo la selección española para hacer caja?

Cuando falla la lógica o sobra la superstición siempre se puede pretextar que los designios del Señor son inescrutables, y a saber qué pasa por su inescrutable mente sobre la suerte que le tiene deparada al combinado español en Sudáfrica.

Hay otra teoría para explicar el desastre, surgida de la coña británica con la que The Times trató la derrota española: los efluvios que la periodista Sara Carbonero desprendía desde la banda y que afectaron poderosamente a su novio, el portero Iker Casillas, hasta llegar a desestabilizarle, como se pudo adivinar en la jugada tonta del gol suizo.

El asunto amoroso ha dado una dimensión divertida de la cosa futbolística si no fuera porque detrás está Telecinco, que emite los partidos de la selección española, y que siempre intenta llevarlo todo al mismo molino: el morbo, y ya ha comenzado a sobre explotar a la reportera para sacarle rédito. La cuestión es, ¿acabará Sara junto a la diva de la cadena, la broncas Belén Esteban, gritando en el plató de Sálvame Delux o tendrá, ella y su ponderado novio, los reflejos que no tuvo para evitar el gol de Gelson Fernandes?

Más coña tuvo observar nada más terminar el calamitoso partido a los chicos de la selección, con su técnico y Manolo el del Bombo al frente, tan jacarandosos como si hubieran ganado por goleada, anunciando todo tipo de productos e incitando al consumo. Especialmente irritable resulta uno en el que nos recomiendan ahorrar energía y que está pagado por el Estado, es decir, por todos, tiene bemoles, estos adalides del despilfarro y la abundancia a costa de la ilusión popular dándonos lecciones de ponderación y urbanidad.

Una vez digerido el bollo suizo, sobre la selección del buen rollito se ha producido un prietas las filas so pena de caer en una especie de depresión colectiva, al parecer, pues el invento de una España futbolísticamente imperial se vendió tan desaforadamente que hay resistencia a tirar por el sumidero el paño de los sueños. Así que los periodistas allá desplazados se han convertido en una especie de guardia pretoriana de Vicente del Bosque, que astutamente ha sabido trabajar a los plumillas con su flema salmantina, compadreo, buenos modales y aparente sencillez.

Por eso cuando a Luis Aragonés, que asiste al evento como comentarista de Al Yazira, se le ocurrió criticar el juego del simpar equipo español le saltaron a degüello. ¡Antiespañol!, ¡sarraceno!, ¡rencoroso!, ¡revanchista!, ¡envidioso!, ¡Santiago y cierra España!, se ha escuchado y escrito por ahí.

Estamos, pues, en una encrucijada donde patria y fútbol conjugan en el mismo verbo, con una dimensión tan bananera que asusta. El propio José Luis Rodríguez Zapatero reiteró el pasado viernes su convencimiento en que la roja disputará la final, y lo dijo como si en ello le fuera al Estado su regeneración social, política y sobre todo económica.

Dibujado el dantesco panorama, en lontananza aparece la peligrosísima Honduras. Hasta Puyol ha comparado este choque con una final, ratificando así el grado de paroxismo alcanzado ante un partido que en una situación de normalidad se habría calificado de chichinabo.

El Mundial calienta las mentes y estresa. Francia se desmadra. África llora la ineficacia de sus selecciones. Italia, la campeona, hace llorar con su pésimo juego y ni se inmuta. Alemania desconcierta. Holanda alienta. Y Brasil sobrevuela el territorio, solemne e imperturbable, por encima de lo divino y lo humano.