El mundo no es una mercancía
Ante la falta de iniciativas consensuadas, los dirigentes de tres de las primeras economías del mundo han decidido seguir el camino marcado por el sindicalista francés José Bové cuando dijo (Seattle, 1999) "el mundo no es una mercancía". Así, Obama ha iniciado la mayor reforma financiera desde los años 30 para evitar nuevos casos de quiebra, como Lehman Brothers, o de fraude contable, caso de Goldman Sachs. Otro tanto se puede decir del nuevo Gobierno británico de Cameron con la tasa bancaria, mientras que Merkel está dispuesta a controlar las operaciones especulativas en Alemania que, lejos de añadir riqueza a las empresas y la sociedad, la resta.
No han faltado críticas a estas medidas y turbulencias en los mercados. Pero, en líneas generales, hoy la economía mundial está menos insegura que hace un mes. Cierto es que sigue presente la inestabilidad y las medidas tomadas en Washington, Londres y Berlín se antojan insuficientes, pero se intenta deshacer el nudo gordiano de la mayor recesión económica desde la Gran Depresión que, no lo olvidemos, está provocada desde las prácticas bancarias abusivas. Por otra parte, la estructura de esas economías parten con ventaja al estar basadas en el tejido industrial y la productividad, que las hacen altamente competitivas en el mercado internacional respecto a otros países que no tienen los deberes hechos en materia de formación tecnológica y productividad.
Es el caso español, donde no se toman medidas, sino contramedidas. Tras los días de sol (turismo) y ladrillo (construcción) el objetivo es reducir un déficit provocado, en parte, por la falta de ingresos (mayor paro y menor consumo) y por un aumento de los gastos, vía subvención mediática de los sectores más desfavorecidos. Cada día que pasa, Zapatero sorprende a la opinión pública con anuncios que se pueden desmentir horas después sin rubor alguno. Peligra la salud mental de cualquier ciudadano que, imbuido de la mejor voluntad, pretenda entender o seguir de cerca lo que dicen el presidente o sus ministros que, en ningún caso, afrontan los verdaderos problemas, como pueden ser el fraude fiscal o la reforma laboral.
Pero no se observa ni el más mínimo atisbo de seguir los pasos de quienes pretenden regularizar el sistema financiero, hacerlo más transparente y menos injusto, poner freno a la especulación o establecer condiciones para generar riqueza y empleo en el terreno industrial.
Es verdad que resulta tedioso tener que leer (también escribir) todas las semanas lo mismo. Es decir, la inacción de unos gobernantes que malgastan sus energías en malabarismos mediáticos o en subvenciones improductivas. Pero el futuro, créanme, es muy negro.