EL Barça se proclamó campeónde Liga según lo previsto,a lo grande, batiendoel récord de puntuación delcampeonato después de torear condonaire alValladolid, ese toro bravoprometido en la víspera por JavierClemente dispuesto “a morir con lasbotas puestas”, o sea, descender aSegunda División pero sin melindres.

O expresado al modo abrótanomacho del técnico vasco: “no comoun toro gay”, “al que se le pega untiro”, dijo, se supone que por pocohombre, como si un toro no pudieraser un bichazo encastado, y ademásperdidamente enamorado de otrotoro, y de la luna lunera.

Clemente quiso hacerse el graciosocon el asunto de la hombría paraafrontar el reto descomunal de batiral Barça en el Camp Nou, sacó a relucirese lenguaje carpetovetónico, casposoy retrógrado que aún manejanalgunos personajes trasnochados delbalompié actual, ¡con dos cojones!

metió pezuñas de toro en botas guerrerasy acabó enzarzado en un jardínlleno de espinas. Javier Clemente,también como estaba previsto,salió del empeño luciendo traje deenterrador, el mismo que ya utilizóen sus anteriores empleos, con elTenerife y en el Murcia.

Mientras tanto, en un lugar preeminentede La Catedral sigueaguardando una hornacina vacíaesperando a que el majestuoso Clemente,el último entrenador con elque el Athletic alcanzó la gloria plena,repose para siempre jamás, metafóricamentehablando, y se conviertadefinitivamente en una venerableleyenda rojiblanca.

En ese campo íntimo del recuerdoy el cariño ha entrado Joseba Etxeberria,que el sábado se despidió dandosentido a laúltima jornada en SanMamés. El Potro deja un rastroimpresionante, con 514 partidos disputadoscon la zamarra rojiblanca y105 goles a lo largo de quince años demilitancia. Porque lo suyo fue eso,militancia, pues abrazó la fe delAthletic con la fuerza del converso,lamáscontumaz de las formas, sobretodo cuando en sus episódicos regresosa Anoeta le tratabancomoal enemigopúblico número uno y él ni seinmutaba, enseñando sus cortantesespolones de gallo gallardo.

Sobre todo echaremos de menos sucapacidad para encarar a los defensasrivales, buscarles las cosquillas,volverles locos. Manejaba comonadie esa suerte de desafío, quizáuna de las acciones más fascinantesque se pueden contemplar enunpartidode fútbol, y eso también se tras lada a un rincón de la memoria.

Algo de su genio, mucho de suduende se adivina en Muniain, elfuturo, que anotó el primer gol delAthletic al Deportivo en una jugadaelectrizante. El jovencísimo futbolistanavarro se lo dedicó al evanescenteFran Yeste. Por encima de losdebates sobre si procede su renovación,lo cierto es que poco, o nada,queda de aquel reputado jugador quela justifique. Del espíritu con el quevivía, sufría y festejaba ha tiempo elfútbol.Me estoy acordando, por ejemplo,de la vibrante remontada frentea Osasuna hace cinco años, cuandoel centrocampista basauritarratransmitía su entusiasmo y energíaa los compañeros, y luego brindabaradiante de felicidad con la grada.

No me apena para nada su espectraldespedida.Porque lo hace por lapuerta de atrás y de forma consciente.Ha dejado constatada su abulia,la desgana.Un jugador de fútbol,al margen de su identificación conunos colores, forma parte de undeporte convertido en show y negocio.

Por eso le pagan, y a él se deben.La Liga, el Athletic, echa el cierrea la temporada en medio de un jugosodebate sobre su rendimiento global.

Muchas voces ensalzan su comportamiento,ponderando que hasido la mejor campaña de lasúltimas seis temporadas. Otros reprochan sucapacidad para alcanzar la rectafinal del campeonato soñando yhaciendo soñar con Europa y nomorir en el empeño.

Su lamentable final deja un saboramargo que prevalece sobre cualquieranálisis más racional y sosegado.

Porque el fútbol vive de lapasión, la mala y la buena. Por esolos madridistas están encantadoscon el empate en Málaga. Al menosdesciende el Tenerife. ¡Venganza!