MANTENGO un viejo recelohacia los debates electoralestelevisados, por la misma razónque desconfío de los oradores exuberantes.Están sobrevalorados.
¿Es mejor el candidato que poseemayor capacidad expresiva quesus oponentes? Es cierto que unade las misiones del político es contagiarel entusiasmo por los grandesdesafíos. Y que esta fuerzamoral debe transfigurarse en palabrasque arrebaten y remuevan ala gente; pero cuando las palabrasse toman como fines en sí mismosy no como instrumentos de entendimiento,ocurre que los charlatanescobran ventaja.
Los británicos, sumidos en uno delos comicios más apasionantes delos últimos años, han presenciadoya dos debates televisados, el 15 y el22 de abril, entre David Cameron,Nick Clegg y Gordon Brown, líderesde los conservadores, liberalesy laboristas, respectivamente. EnGran Bretaña, los jueves hay debates,que se pueden seguir tanto enla BBC, como en el canal 24h, deTVE. El encuentro del próximo juevespromete ser decisivo, como laúltima oportunidad antes del examenfinal de los ciudadanos, previstopara el 6 demayo.
El formato británico de los debateses dinámico y flexible y permitea los electores en el plató hacerpreguntas a los candidatos, que serespetan el turno y dicen cosas interesantes,situados de pie y sin rigideces.Es lo que tiene una democraciade siglos. Y lo mejor es queninguno de los líderes recurre a frasesprecocinadas y se nota que nohan hecho un curso urgente de oratoria.Más que hablar, piensan envoz alta.
Si la televisión no se hubiera convertidoen el campo de exterminiode la intimidad y no degenerara enuna feria de entretenidas tonterías,estaría llamada a ser el parlamentode la ciudadanía. La tertuliaespañola es la antítesis de este proyectoteledemocrático. No generaconocimiento. Siempre hablan losmismos, de los mismos temas, conlos mismos juicios y desde los mismosintereses. Es superficial y aburridamenteprevisible. Si no fuerapor vanidad o dinero, ¿quién hablaríaen la tele?