David Fernández Borbalán, árbitro del Valencia-Deportivo, expulso a Baraja en el minuto 89 del partido por "dirigirse a mí diciendo ¡qué mierda de tarjeta me sacas!". El jugador se quedó estupefacto, pero luego agachó la cabeza y se marchó a la caseta consternado, consciente del error cometido: había transgredido uno de los códigos sagrados de este colectivo singular.

Si hubiera dicho: "mierda, ¡qué tarjeta me sacas!", o, "¡qué tarjeta me sacas!, mierda" Baraja habría salido indemne de su arrebato pero, ¡hay amigo!, le llamó "mierda" a la tarjeta; colega, amada y amante, el sagrado instrumento con el que el árbitro dispara y ejecuta su justicia.

Si a un actor le dicen "mucha mierda", va y da las gracias, pues en este gremio de artistas el simbólico plastón es sinónimo de suerte. En cambio, la tarjeta es al árbitro como el Magnum 44 a Harry el Sucio, aquel arquetipo de matón chulo putas que tan soberbiamente construyó el gran Clint Eastwood; o la espada flamígera del arcángel San Gabriel, así que llamarle "mierda" a la tarjeta ofende al trencilla, hasta el punto de merecer la misma sanción que cuando un jugador le rompe la crisma al rival. O sea, roja directa y ¡a la calle!

Hay que estar hecho de una pasta especial para ser árbitro, que reciben impávidos los insultos más abyectos contra sus madres, y sin embargo se mosquean si alguien mancilla el buen nombre de su querida tarjeta.

Sin duda, quien mejor maneja este instrumento es Eduardo Iturralde González, que el pasado 18 de abril se convirtió en el colegiado más tarjetero de Primera al superar, con 1.368 cartulinas, la plusmarca que hasta entonces ostentaba Arturo Daudén Ibáñez. Ayer, en Santander, durante el Racing-Villarreal, Iturralde hizo otra exhibición de gatillo fácil y pulverizó su propio récord enseñando la friolera de once amarillas ¡once! Pero su meteórica carrera no se queda aquí, pues Iturralde batió el pasado mes de diciembre otra marca, la del número de penaltis señalados, cualidades ambas que condensó ayer montando una ópera bufa en El Sardinero. Primero señaló un penalti contra el Racing con la subsiguiente cartulina a Christian, supuesto infractor; decisión que rectificaba al poco, dejando sin efecto la pena máxima, pero no la tarjeta, que viró de rumbo y se la adjudicó a Nilmar, delantero brasileño del equipo contrario, el Villarreal, que al parecer pasaba por allí.

El temible Iturralde, sin embargo, no quiere ni oír hablar de su desmedida predisposición a desenfundar al mínimo desaire, cualidad que al parecer le sonroja y turba, así que le propongo una entrevista para hablar de la causalidad de semejante derroche. Es decir, que si bien es el colegiado más tarjetero de la historia, lo es porque lleva desde 1995 arbitrando en Primera y es, junto a Mejuto, el más veterano de la grey arbitral.

Accede a la entrevista; quedo con él el jueves, y ni rastro; y luego el sábado a las cinco de la tarde, y a esa hora se va a jugar un partido de frontenis, según asegura su mujer, despreciando por segunda vez, olímpicamente, a este periódico.

Hubiera sido muy sencillo decir: no hago declaraciones, y punto, aquí paz y en el cielo gloria, en vez de faltar a la palabra dada. Palabra de vasco.

Comprobado que Iturralde carece de ética, ahora entiendo de qué le viene esa fama de lameculos de Villar que tiene, y de chivato de la Federación, cualidades ambas dos que le han permitido vivir, y muy bien, del cuento arbitral durante quince años. Para colmo, Iturralde se siente un perseguido, mártir de la causa, pobre hombre, y para su desgracia, en la Federación, que algún sentido del ridículo tienen, tampoco le ha elegido esta vez para pitar en el Mundial en premio a los servicios prestados.