Arde la Liga por todos sus costados. Los nervios y la responsabilidad atenazan a los jugadores. La tragedia sobrevuela la parte baja de la clasificación. Un nutrido puñado de equipos se arañan por los puestos europeos y, arriba, los dos colosos mantienen su descomunal pulso en pos del campeonato. Pero comienza el Athletic-Zaragoza, y nada. Pasa el ¡válgame el cielo! por la ocasión de gol malograda por Fernando Llorente y tampoco aparecen pistas que justifiquen las angustias clasificatorias que afligen al equipo maño.

De repente, la Arcadia. Un partido zen. ¡Qué se besen!, gritó uno. Es la calma que precede al temporal, corrigió otro. Una letanía de misa envolvía el aire de La Catedral. A la espera de acontecimientos se inició la segunda parte, y a la espera de acontecimientos prosiguió la segunda parte, y también la hinchada, inerme ante un partido plano.

Reaccionó Caparrós. Puso a Yeste para mandar y enmendar el cotarro. Luego al eléctrico Muniain. Después al ignoto De Cerio.

¿Qué más puedo hacer?, ¿marcarme un sarao por sevillanas?, se dijo el técnico andaluz.

Superado con claridad por el Valencia el pasado jueves e incapaz frente a un rival de los bajos fondos, resulta que el Athletic ha salido de los puestos de Europa justo cuando asistimos a la recta final de la Liga, la hora de la verdad. O dicho de otro modo: el Athletic, un equipo que lleva más de un lustro en babia y con la respiración contenida por la amenaza del descenso, ha sido capaz de llegar al final del presente curso con aspiraciones, codeándose con lo más selecto de la división, encauzando la fuente de la ilusión entre su fiel y sufrida hinchada.

Dicho lo cual, no es el momento y tampoco procede desinflar precisamente ahora el globo con el que viaja su afición por el espacio futbolístico. Al Athletic se le perdona todo, el error, la fatalidad, sus limitaciones, pero no la falta de corajina, o sea, esa sensación de que van a por todas (¡Vuelve Toquero!), virtud que probablemente les ha permitido estar por encima de sus posibilidades y ha desencadenado que el personal esté más contento que unas pascuas.

A falta de cinco emocionantes partidos para que acabe el campeonato, saltan chispas por doquier y desde luego me equivoqué con Javier Clemente. Hay que reconocer que después de haber descendido a Segunda con el Tenerife y hacer lo propio con el Murcia, le quedaba impecable el traje de enterrador. Por eso le creí jubilado o, como es un culo inquieto, incluso le llegué a imaginar allende los mares allá en la Argentina, protagonizando con los chiripitifláuticos José Luis Korta y Juanito Oiarzabal, como él eminentes referencias del deporte vasco y evidentes inquietudes artísticas, algún reality para ETB. Habría sido la releche, como suele decir el rubio de Barakaldo. Para no perdérselo. Un éxito total, seguro. Ya lo hizo hace siglo y pico el mismísimo Bufalo Bill, que después de acabar con los bisontes americanos montó un circo, y al parecer así inventó el show&business.

Pero no. Clemente sigue en lo suyo, en la brecha, y en poco más de una semana ha conseguido con el Valladolid cinco puntos de nueve posibles, cuando Onésimo, su antecesor, sólo sumó seis de treinta que disputó.

Creer y hacer que los demás crean es uno de los misterios insondables de la raza humana, virtud que llevada al fútbol puede provocar que Clemente salve al Valladolid del descenso; o que el Real Madrid B, o sea, el Espanyol, pare en seco al poderosísimo Barça, dando alas al Real Madrid fetén, que no desaprovechó el desliz de su oponente y se merendó al Valencia. Es la Guerra de las Galaxias y el Imperio contraataca. Es decir, la otra dimensión de la Liga.