EN los tiempos que corren, para ver televisión decente no sólo se necesita un TDT, sino un buen DDT, aquel insecticida que acababa con las cucarachas, los mosquitos y los miembros de la familia cuya salud era más precaria. Al menos una vez a la semana sería aconsejable una buena fumigación para espantar tanto moscón insufrible y demás insectos de dos patas que se pegan a la pantalla como garrapatas. Dicho lo cual, hay que reconocer que hay un puñado de programas que sobresalen entre tanta mediocridad y no ofenden el intelecto que se nos supone. Perdidos en la tribu es uno de ellos. Cada domingo en Cuatro, las familias Moreno Noguera, Rovira Mezcua y Segura Romero conviven con tribus de Oceanía, Etiopía e Indonesia. Este encuentro de laboratorio entre clanes alejados no sólo en el espacio sino en el tiempo provoca más de una reflexión, algo que no es común en un medio que ha hecho suyo aquel lema de Les Luthiers: "El que piensa, pierde". Es curioso ver adolescentes llorando ante los ojos atónitos de los indígenas al descubrir algo tan básico como que el ser humano tiene que matar animales para alimentarse. La escena en la que Raquel Moreno enseña una fotografía de ella con su perrito y los Nakulamene se relamen imaginándoselo asado es antológica. No lo es menos oír a una de las madres afirmar que "lo más dramático de su estancia" es que les han tintado el pelo con un ungüento natural de mantequilla y ocre. Tragedias cotidianas que nos enseñan lo alejados que estamos del árbol del que procedemos. Por contra, costumbres atávicas donde las mujeres se dejan golpear con látigos por los hombres para demostrarles su amor sorprenden por su crudeza cotidiana. Durante un mes, estas tres familias deberán transformarse en miembros de la comunidad. Está por ver si lo consiguen, porque los Nakulamene, los Hamer y los Kamoro no se lo ponen fácil. Tienen muy claro que son los blancos los que han llegado a su país en una patera, por más que ésta sea voladora.