Hay quien se va por las ramas y quien acude a la raíz de los asuntos. Así se construye eso que los hindúes llaman el árbol de la vida. Y mientras Mapfre ha mareado la perdiz con el Hospital San Francisco Javier hasta certificar su defunción en el día de hoy, tras la transfusión de millones de hace apenas unos años -habrá que ver quién ha sido el cirujano financiero que ha errado en la operación-, ayer se colocó la primera piedra del nuevo edificio de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial y de la Escuela universitaria de Ingeniería Técnica de Minas y Obras Públicas; algo tangible, apegado a la tierra.

Se abre, por tanto, una nueva avenida de las universidades en este Bilbao de las mil caras, dicho sea con permiso del callejero que ubica la actual en la ribera de la Universidad de Deusto. Se sustenta sobre tres grandes bulevares: el territorio jurídico y económico que reposa sobre Sarriko; el área médica y odontológica, desplegada en tierras de Basurto, y el espacio tecnológico del que les hablo, enclavado en la zona de San Mamés. ¿Volverán, con este renacer, las tunas? Me temo que no, pero a nadie se le escapa que el pedigrí de ciudad universitaria concede a la villa un nuevo aire.

Contra lo que se ha dicho tantas veces, no creo que una universidad pueda ser una república de iguales. ¿Acaso no está basada en la presunción esencial de que alguien tiene algo que transmitir a otro? Será porque uno sabe más que otro. Lo importante es dar el salto, pasar de una militancia a otra, de discípulo a maestro, sin perder de vista que éste, a su vez, siempre puede ser discípulo de nuevo.

Ahora que todavía estamos a tiempo de hacer un Bilbao universitario de primera, donde los estudiantes tomen las calles con la alegría que lo hacen en Santiago de Compostela o en Salamanca; hoy, cuando aún estamos en construcción de un mundo nuevo, no conviene perder de vista que a los hombres les encanta maravillarse y este encanto es la semilla de todo conocimiento. Enseñar, sí, pero con gracia. Si se valora, como tantas veces, la disciplina por encima de la intuición o de la imaginación, apañados estamos: haremos robots. Y peores que en cualquier fábrica.