Hace diez años?
LA situación actual deja sobre la mesa tantos temas preocupantes como problemas sin resolver tiene la crisis económica. Un ejemplo es la precariedad laboral o las desigualdades salariales entre mujeres y hombres. También daría mucho que hablar la ambigüedad del consejero de Economía a la hora de pronunciarse sobre una hipotética subida de impuestos. Y, cómo no, otro tanto se puede decir de la falta de regulación financiera, pese a las ayudas públicas recibidas, o de la hoja de ruta para suprimir los incentivos fiscales y monetarios.
No obstante, hoy propongo una breve reflexión sobre el pasado más reciente. Porque parte de los problemas que nos afligen hicieron acto de presencia hace una década, cuando teníamos diez años menos, peinábamos menos canas y hacíamos más proyectos. El 10 de marzo de 2000, la euforia del capitalismo especulativo alcanzó su cénit en la Bolsa de Nueva York. El índice Nasdaq (tecnológico) registró su máximo histórico en 5.046 puntos. Era (decían) un negocio fácil al que se incorporaron miles de personas (emprendedores e inversores) que buscaban los prometidos pingües beneficios con mínimo esfuerzo.
Ciega de avaricia, la sociedad occidental no vio los riesgos en la "virtualidad" del dinero fácil, al tiempo que olvidaron una frase que los Evangelios ponen en boca de Jesús de Nazaret: "muchos son los llamados y pocos los elegidos" (Mateo 22,1-14). En efecto, muchos de los llamados al banquete terminaron arruinados cuando, en otoño de 2002, comprobaron que no estaban entre los elegidos y que sus inversiones habían perdido un 80 por ciento de su valor. No obstante, incluso esta ruina se podía haber dado como buena siempre y cuando se hubiera aprendido la lección de que desmesura, especulación y avaricia forman un cóctel explosivo.
No fue así y hoy, diez años más tarde, sufrimos las consecuencias de otras burbujas similares (financiera e inmobiliaria) y comprobamos cómo los humanos, frágiles de memoria y con voluntad débil, hemos vuelto a caer en los mismos errores. Millones de personas han perdido su empleo o sus escasos ahorros, mientras que quienes, hace una década, o ahora, fueron y son responsables de semejantes desaguisados siguen dirigiendo los designios económicos, gozan de buenos sueldos y han blindado su jubilación con suculentas pensiones.
Dicho lo cual, uno se pregunta cuándo seremos capaces de ejercer con responsabilidad las herramientas que teórica y pacíficamente brinda la democracia. Ni tan siquiera la ruina de muchas familias provoca en nosotros el deseo de un verdadero cambio.