El vacile (casi) perfecto
Ciclogénesis explosiva o tormenta perfecta. Dícese de una borrasca que se ha generado de forma "muy rápida y muy intensa" y que es "profunda". Según el portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), Ángel Rivera, el término ciclogénesis (génesis de un ciclón) se emplea para denominar a cualquier estructura atmosférica que rota en el sentido contrario a las agujas del reloj. Es decir, como un ciclón menor.
El término explosiva, según Rivera, es algo así como una licencia literaria que se permiten los meteorólogos para llamar la atención sobre las borrascas que se forman rápidamente y acojonan por su grado de imprevisibilidad, pero también para acojonar al personal profano y curarse en salud por lo que pudiera pasar.
Vacile explosivo o tomadura perfecta del pelo. Dícese de un equipo de fútbol que, el día en el que tiene que dar lo mejor de sí mismo; con una enorme e ilusionada afición detrás de sus huesitos, que acude en legiones hasta Bruselas para animarles con denuedo gastándose una buena pasta, soportando huelgas implacables de los controladores aéreos franceses entre otras tribulaciones propias del abrupto viaje; y, finalmente, soslayar la amenaza de malencaradas hordas de hinchas belgas dispuestos a romperles el cráneo, deciden rendirse ante la primera adversidad. Claudicar en toda regla y sin el más mínimo rubor ni sentido del ridículo, aunque, eso sí, cobrando después un suculento cheque por los servicios jamás prestados.
Pero, ¡esperen!, ¡no se vayan, que aún hay más!
Resulta que el caudillo de semejante tropa, Joaquín Caparrós, a los dos días del pasmo colectivo, se le ocurre decir que sus chicos van a pelear a partir de ahora por objetivos macizos, como clasificarse para la Champions, y así resarcir a su hinchada de la astracanada con el Anderlecht, amén de recuperar la dignidad y el orgullo perdidos.
Ante el pasmo general provocada por la licencia del técnico andaluz, y teniendo en cuenta que el rival contra quien el Athletic tenía que recuperar su buen nombre era nada menos que el Sevilla, que como todo el mundo sabe acostumbra a zurrar al Athletic en su estadio un año sí y otro también, más de uno (yo mismo) pensó: ya está. Otro vacile perfecto.
Pero el vacile perfecto, al parecer, debe ser como la tormenta perfecta, esa ciclogénesis que atravesó por los altos de Orduña con rachas de viento que alcanzaron los 228 kilómetros y sin embargo por el Gran Bilbao apenas se notó, o si se notó, fue sólo a ratos, pues tampoco era para tanto. Es decir, creó un desconcierto general que metió al gentío en sus casas en día tan espléndido, intimidados por el a lo peor, o sea, las explosivas licencias literarias que también se permiten los meteorólogos para acojonar por si acaso aciertan.
¿Y qué tiene eso que ver con el Sevilla-Atheltic?
Buena pregunta.
Resulta que después de un primer tiempo aseado, y por eso se entiende acabar con la portería indemne y sin sensación de pequeñez, el Athletic se encontró al poco de iniciarse la segunda parte con una jugada estupenda: la expulsión del marfileño Ndri Romaric y una falta al borde del área que no acabó en gol por la preclara inspiración del meta Palop.
Pero el partido estaba de auténtico subidón y se abría para el Athletic como una soberbia y luminosa alameda: ¡A por ellos!, que son menos y están perdidos, pensó más de uno (yo mismo). Ahí estaba la oportunidad magnífica de congraciarse con la afición desairada; el profético anuncio de huir hacia adelante, como hacen los valientes; de luchar por la Champions, como barruntó Caparrós.
Pero Caparrós barrunta, pero no dispara, y allá, en su amantísima Sevilla, desnudó ese espíritu de entrenador pusilánime, temeroso y aprensivo que tiene. Aturdido por el vértigo de la victoria, mandó parar, agarrado al punto que regala la Federación y probablemente presumiendo después del gran resultado logrado ante tan selecto rival.