Recién bajado el lobo del frío de los montes, comienza ese extraño periodo de entretiempo que abarca las tres últimas semanas del año que boquea y la primera de uno nuevo que gatea. Es una era diferente a todo lo vivido antes y después; una quinta estación invisible en la que el invierno hace una pausa y el calor del hombre es capaz de derretir al carácter más glacial, posiblemente el de su jefe, su suegra, su ex o su vecino, según se tercie. No falta, claro está, la pose de quienes, al grito de ¡Malditas Navidades!, abominan de estas fechas y refunfuñan, una y otra vez, con el latiguillo del "no nada hay que celebrar", como si fuese los protagonistas de la parábola del gallo, que no sabe si puede celebrar el día del Padre, porque es la gallina quien pone los huevos. Vinagres, malencarados, gente de colmillo largo, amarganoches, resentidos y mucha otra gente de extraña catadura reniega de estas fechas. Oyéndoles, casi se diría que ésta es la peor época del año?
¿O no? La realidad desenmascara, en no pocas ocasiones, esa pose gruñona que tanto viste. Los restaurantes de Bilbao avanzan estos días a pleno rendimiento, como si fuesen trineos tirados por los renos de la ilusión. ¿Quiénes son los comensales, si tanta gente reniega de estas fechas navideñas?? Los comercios aguardan la llegada de un espíritu más libre, ese que invita a soltar las riendas del ahorro y dejar que el gasto corra por el patio de la cárcel donde está recluido durante buena parte del año. ¿Quiénes son los que compran, si tanta gente aborrece el carácter consumidor de estos días?
Hablan, porque es un clásico de la literatura navideña, de lo duro que son las ausencias. Son raptos propios de la melancolía, un sentimiento lógico por estas fechas. En atención a quienes se les cae la casa encima en estos días hogareños -y a demanda, también de los propios hosteleros...-, el Ayuntamiento de Bilbao ha hecho una concesión extraordinaria: dos horas más de apertura, allá donde muere el horario laboral corriente. Van a dejarles lanzar los anzuelos de oro para capturar las cenas de empresa o entre amigos (en no pocas ocasiones son términos antónimos...) y las copas de más que se beberán para olvidar lo que tenemos de menos. Tanto corazón es digno de aplauso.