Es curioso que un personaje con una historia de terror tras de sí como Felipe González se pasee por púlpitos, estrados y peanas impartiendo doctrina sobre lo divino y lo humano, sin que se le caiga la ceniza de su puro. Es curioso, aunque no sorprenda, que se posicione en contra de una amnistía para las aproximadamente 3.000 personas que por una u otra causa deben rendir cuentas con la justicia en torno al procés. Causas, muchas de ellas, abiertas contra civiles por hechos, que todos pudimos ver a través de los medios, imputables a militares. “A por ellos”, animaban portadores de banderas rojigualdas a los agentes que partían de sus cuarteles hacia Cataluña, y a por ellos fueron, animosos, enardecidos y hasta con un punto de orgullo patrio. Llegaron, repartieron hostias a mansalva, dejaron aquello hecho unos zorros y se volvieron sin arrojar una gota de sudor. Pero, como siempre sucede en estas latitudes, las imputadas fueron las víctimas. Y ahora vienen Felipe, Arfonzo y los de la vieja guardia, todos aquellos que acompañaron con aplausos, abrazos y soflamas a Vera y Barrionuevo cuando ingresaron en la cárcel de Guadalajara, a decirnos que aquellos indultos sí pero estas amnistías no. Yo entiendo que con los años, con los muchos años, dejas de sentir vergüenza y el pudor es algo que ni se encuentra entre tus posibles atributos. Pero joder, Felipe y compañía, que todos tenemos memoria y en ella ninguno de vosotros salís bien parados. Yo me limitaría a esperar a Caronte en silencio, sin olvidar la moneda para que, cuando os llegue el momento, no dude en llevaros.