Me encanta ver pasear a las familias, a los y las jóvenes, solas, en pareja. A los niños balanceando los brazos, probando su cuerpo, corriendo para adelante y detrás sin que nadie se fije en ellos ni les digan nada, ni se extrañen y entonces comprendo que llegamos a tal nivel de domesticación que vamos vestidos, calzados, adornados con los colores que nos gustan, formales, rectos, al paso, gente normal, pensamos y tal vez el normal es el niño, que se contorsiona sin complejos, como le pide el cuerpo y tal vez deberíamos hacer nosotros, sin control, pero sin molestar a nadie. El niño aprende la vida jugando. Llueve, truena, relampaguea, la gente corre, abre el paraguas el que lo tiene, se palpan los nervios y permanezco feliz, porque me gusta la lluvia, me gustan los niños locos al natural, los ancianos torcidos, las ancianas restauradas en exceso con los pelos de colores, los labios mal pintados de rojo intenso para mi gusto, las gafas de sol de tamaños descomunales para la forma de sus caras, las que empujan las silletas que suelen ser de América latina y los patinetes de colores con luces en los laterales como los artistas, los jóvenes fornidos y atléticos, las jóvenes belleza en movimiento, melenas, rapadas, de colores el pelo, las uñas de los pies y la manos. Un concierto de color y movimiento. La gente pasea al atardecer, después de salir de la escuela y del trabajo, buscando el alivio y la alegría de vivir bien. Buenas tardes y que vaya bueno.