Fue un artista de esos que le pegan a todo. Hizo teatro, cantaba, arriesgó en poesía, se pegó con los pinceles y difuminó magistralmente el carboncillo. Se codeaba con lo mejorcito y no había local de clase que no madrugara. Hay obras de él en varios países, todas probablemente en pago de favores. Un billete hasta la próxima estación, ya saben. Hay por ahí una Dama del Guante que es un misterio y anduvo con una cuadrilla de Milán restaurando El Duomo. Y no tenía ni para una puerta cada vez que sonaba la campana; no digamos ya para un armario del que salir, (porque dicen que era gay y que lo camuflaba con cartas a un amor ya descartado). Acumulaba paréntesis, y cuando se le acababa la cera, le mandaba recado a su hermana María, en su Durango natal, y le pedía que le preparara bacalao, porque él se quería bien y mi amama cocinaba como para hacerle el tsunami. Y una vez, hablando con Dios, se curró un eccehomo que mi ama conserva y siempre besa antes de volver a dormirse. En la agenda de Isusi solo había una hoja. Vivió sin preocuparse por mañana y sin sospechar una derrota, siempre impecable de sastre y pobre de sardina. Murió feliz en una pensión que no pudo ya pagar, sin inventario, y dejando por rematar un cuadro de Bahamontes coronando Urkiola. Vivió y murió feliz. Léanlo dos veces.