Me impresiona este versículo del Nuevo Testamento y así lo cuenta el evangelista Mateo: “Dando Jesús un fuerte grito, expiró” En la cruz, se le borraron a Jesús todas las respuestas racionales, protestando a Dios con ese trágico grito que refleja el límite del dolor físico y espiritual del ser humano. Es el grito dramático del Guernica de Picasso, es el grito de las pateras, es el niño que aparece ahogado en una playa de Grecia, es el misterio indigerible del mal en este mundo. Para el escritor argentino, Ernesto Sábato: “Dios existe pero es un canalla”. Y, en Lapeste de Albert Camus, podemos leer. “No puedo creer en un Dios que atormenta sin piedad a los inocentes”. El ateísmo es una opción. Sin embargo, en la obscuridad de su alma, Jesús se fió de Dios, diciéndole ya sin fuerzas: “En tus manos entrego mi espíritu”. La fe nos dice que no todo se juega en este mundo y que la vida es una realidad en éxodo cuyo destino es la victoria final de Dios sobre la muerte. Es la Buena Noticia que hemos celebrado los creyentes en esta Pascua de Resurrección.