Hay lecciones o pasajes de la historia que la humanidad haría bien en no olvidar, bien por el hecho mismo de la magnitud de lo que se quiere recordar o bien para que intentemos al menos de no repetir los hechos que se quieren honrar y conmemorar. Hace 75 años en las postrimerías de la II Guerra Mundial, el símbolo por excelencia del horror de los campos de concentración nazi (Auschwitz) era liberado por el ejército soviético. En él fueron aniquiladas y gaseadas mas de un millón de personas (no solo judíos, también gentes de etnia gitana, deficientes mentales...): todos ellos en el punto de mira de un régimen que sembró el horror en un pasaje de la historia europea. Al campo estrella para la llamada solución final, se le sumaron otros como Treblinka, Dachau o Mauthasen, donde perecieron más de dieciocho millones de personas, de los cuales seis eran judíos (pese al negacionismo y revisionismo). Las humillaciones y vejaciones que debieron soportar los que allí fueron cruelmente recluidos es una negra página de nuestra historia difícil de olvidar y una buena lección para que generaciones presentes y futuras, lo tengan, lo tengamos como ejemplo de algo que nunca debería repetirse, por la propia dignidad del ser humano. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido, los genocidios de aquella u otra naturaleza se siguen sucediendo, sin que pocos o nadie entonen un mea culpa.