Los insultos racistas de Donald Trump contra cuatro congresistas demócratas no responden solo a una ideología que el presidente no ha ocultado a largo de su vida, como empresario y como político, sino a una estrategia electoral que busca sacar votos de la división, el miedo e incluso el odio. Las congresistas insultadas por Trump fueron Alexandria Ocasio-Cortez, neoyorquina de origen puertorriqueño; la afroamericana Ayanna Pressley, nacida en Cincinatti; Rashida Tlaib, de Detroit, hija de palestinos; e Ilhan Omar, que llegó a EE.UU. cuando era una niña desde Somalia. El insulto que utilizó el presidente fue especialmente odioso, les acusó de “despreciar” a Estados Unidos, sostuvo que “proceden de países cuyos gobiernos son una completa y total catástrofe, y los peores, los más corruptos e ineptos del mundo” y les conminó a que se vayan. “¿Por qué no vuelven a esos lugares?”, les sugirió. Lo que Trump quiso decir, utilizando un viejo cliché racista, es que al no ser blancas no pertenecen a Estados Unidos, que su país tiene que ser necesariamente otro. “Lo más importante sería que alguien debería recordar al presidente que es nieto de Friedrich Trump, nacido en el pequeño pueblo alemán de Kallstadt y que en 1885, a los 16 años, emigró a EE.UU”. Él es un descendiente de un emigrante.