Una tortuga vio nacer a sus pequeñas criaturas en una tranquila playa. La madre tortuga se asustó cuando vio que pasaba el tiempo y sus criaturas no corrían alegres al mar ni crecían, como los hijos de sus tortugas vecinas. La tortuga consultó a los entendidos del océano que diagnosticaron una grave infección cromosómica de las pequeñas criaturas que les impedía el crecimiento del caparazón, mientras sus órganos corporales internos se desarrollaban a ritmo normal. Muchos animalitos, como es lógico, fracasaron en su intento de sobrevivir y otros muchos se salvaron, gracias a los sabios del mar que los diagnosticaron y trataron. El problema vasco hunde sus raíces en el año 1512, cuando Fernando El Católico ocupó militarmente Nafarroa. Desde aquel entonces, los vascos nos hemos visto encorsetados, como las pequeñas tortugas, por caparazones de leyes, abrazos y constituciones forzadas que han impedido el crecimiento natural de un pueblo vivo que sigue luchando por sobrevivir con todas sus señas de identidad, en paz con todos los pueblos y sin más caparazón que la voluntad libre y soberana de sus ciudadanos. Así de sencillo.