Pues no, queridos amigos. Este año tampoco me ha tocado la lotería y han pasado más de 50 desde que, oficialmente, me declararon mayor de edad. Así que la mala suerte sigue privándome de esa felicidad envuelta en burbujas propia de los nuevos ricos de cada Navidad. Toca esperar sin desesperar, evitando caer en el mal de muchos consuelo de tontos. Mis mejores deseos para todos los afortunados. Que disfruten con salud su buena suerte.

Dicho esto sin acritud, no puedo evitar el volver sobre algo tan escurridizo como la felicidad. Sería una terrible desgracia que para acercarnos a ella tuviéramos que estar esperando un golpe de suerte. Tiene que haber otros caminos asequibles a cualquiera de nosotros. Un ejemplo. Os lo cuento aunque me riñan si sale a la luz. Mi lotería en 2009 ha sido haber tenido cuatro días, en casa, a un par de nietas de 16 y 40 meses. Las noventa irrepetibles horas pasadas en su compañía han sido un premio de categoría. Indiscutiblemente, te dejan cansado, pero creo que hay pocas alegrías comparables. ¿Podemos llamarlo felicidad?

En fin, una chochera un poco cursi quizá, pero tan real como la vida misma.