LA revuelta social en Francia tras reforma propuesta (y aprobada) por el gobierno de Macron permite recordar a Hessel, que en 2010 reflexionaba desde su lema “Indignez-vous! acerca de la falta de movilización social frente a lo que él definía como crecientes desigualdades sociales. En realidad, estaba realizando un llamamiento ante la falta de compromiso social en nombre del sentimiento ante la injusticia. Si proyectamos ese razonamiento de movilización social como vía de canalización de la indignación sobre el momento social presente, caracterizado por la volatilidad e incertidumbre que rodea toda reflexión acerca de nuestro futuro, cabría preguntarse si es posible solventar todos los complejos retos sociales que tenemos que afrontar enarbolando solo la pancarta de lo negativo, de la frustración y del pesimismo. La cultura de la queja es positiva si se desarrolla en sus justos términos, pero no cabe solo reclamar, reclamar, reclamar y quejarse sin analizar antes lo que estamos haciendo cada uno de nosotros.

El narcisimo, ese culto al individualismo que ha imperado en esta era postmoderna anclada en una lógica emotiva y hedonista debe dejar paso a la movilización solidaria en favor del otro, a sumar esfuerzos, a ser conscientes de nuestra debilidad como individuos aisladamente considerados. Nuestra fortaleza radica en sumar, en lo social. Por todo ello la responsabilidad es la piedra angular del porvenir de nuestra sociedad. Responsabilidad colectiva e individual.

Parecen revestir más interés e incluso más prestigio social los enfoques o análisis que dibujan escenarios cuasi apocalípticos que aquellos otros que, de forma realista y razonable, evalúan la realidad y comprueban cómo ni un exceso de optimismo (pensar que todo irá a mejor sin necesidad de cambiar nada de lo que venimos haciendo) ni un desbocado pesimismo (que lleva a la parálisis y frena la laboriosidad necesaria para afrontar el futuro) son la receta necesaria para hacer un diagnóstico de situación y para proponer pautas de actuación.

Frente al aura de negatividad, frente a la obsesiva tendencia a buscar siempre el culpable a modo de chivo expiatorio, frente a los permanentes nubarrones que muchos observadores atisban en el horizonte hay que valorar cómo está respondiendo nuestro sistema a contextos tan catárticos como los actuales.

Y si evaluamos esta secuencia crítica de los años 2020 a 2023, con la crisis pandémica, la dimensión energética, la inflación, la delicada y caótica por momentos situación geopolítica a nivel mundial, podemos comprobar que hemos sabido actuar mucho mejor que en la crisis de 2008. Estamos saliendo de forma razonablemente equilibrada, hemos sido capaces de controlar derivadas muy complejas. Afirmar ahora que queda todavía mucho por hacer no significa que no se hayan hecho bien las cosas, sino que queda camino por recorrer, que debemos conquistar el futuro de forma proactiva desde las instituciones, las empresas y cada uno nosotros como ciudadanos y ciudadanas.

Las dificultades nos deben unir y hemos de afrontarlas coordinadamente, debemos conquistar nuevos y más amplios consensos asumiendo que el mundo pasado no va a volver, nada va a ser igual a lo conocido. Ante un mundo ignoto como el que nos llega debemos intentar sumar esfuerzos para construir proyectos estratégicos e innovadores, retos que para salir adelante necesitan una mezcla de audacia, de conocimiento y de impulso compartido en el plano político y social.