UNA interesante conversación con el exministro de Exteriores israelí Shlomo Ben Ami en junio del año pasado me permitió incorporar algunas claves al diagnóstico de situación de la crisis en Ucrania. Ben Ami expuso su preclara explicación sobre la necesidad de entender el sentimiento de amenaza de Rusia tras un siglo de agresiones procedentes de la Europa Occidental, en alusión a dos guerras mundiales libradas en su territorio y de una civil con participación de los poderes occidentales. En su diagnóstico, esta situación ha creado una percepción de riesgo vital constante en la sociedad rusa que explica el incontestable liderazgo del autócrata Vladímir Putin.

Así, la ampliación de la OTAN hacia el este ratificaría esa sensación y la convicción de que solo una respuesta firme, militarizada, preventiva incluso como es la invasión de Ucrania, garantiza la supervivencia de su identidad nacional. La descripción de hechos me pareció muy clarificadora de cómo el relato elaborado por el círculo de interés del Kremlin les justifica en la ruptura de la legalidad internacional, la soberanía ajena y cualquier atrocidad para defenderse de la “amenaza” de los modelos democráticos que cuestionarían el poder unilateral del presidente ruso.

Meses después de esa charla, las consecuencias de una operación terrorista contra Israel reproduce la construcción del relato que justifica que solo una acción militar indiscriminada, que pase por la destrucción de un enemigo para asegurar la disuasión de todo el vecindario garantiza para los hebreos su supervivencia nacional. Como en Rusia, esa mentalidad colectiva se ha construido durante un siglo de agresiones sufridas y perpetradas en una espiral de crímenes en defensa propia que corren el riesgo de asumir que el exterminio es la única solución. El extremismo árabe lo sostiene y el sionista lo practica hoy.