Hubo un tiempo -largo, insistente e inalterable; ese periodo en el que se forjan las convicciones duraderas- en el que la virtud fundamental del socialismo español era su capacidad de arraigar en los niveles autonómicos. Fue un tiempo en el que pudieron asentarse los principios de una descentralización valiente del Estado, una materialización de la diversidad mediante la pedagogía social del reconocimiento de realidades nacionales específicas que podrían convivir y enriquecerse mutuamente. Pero la apuesta del pensamiento político español -a izquierda y a derecha- fue gestionar un status quo cómodo, sin levantar liebres sobre la diversidad y alimentando, de paso, la intención homogeneizadora del Estado en la que la igualdad es el café para todos, aunque suba la tensión. Ahí se acuñaron las características de los barones del PSOE, como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, celosos de su poder autonómico pero poco amigos de descentralizar, no digamos de corresponsabilizar a cada cual en el marco de sus capacidades. 

Ese modelo virtuoso de líder popular, abrazado al emblema constitucional sin haber dedicado un minuto a explicar su trasfondo a sus votantes, que servía para retener gobiernos autonómicos para el puño y la rosa es el que interiorizó Emiliano García-Page, convertido hoy en verso libre. Hay que admitir que el presidente de Castilla-La Mancha es consecuente con su pensamiento al oponerse a todos los gestos de distención territorial por su convicción de que los avances de otros van en su perjuicio. Es un modo de reconocer que sus avances también llegan en detrimento de otros; y que sigan llegando.

Hoy es la penitencia de su partido por haber sido impenitente partícipe de la comodidad de ese modelo jacobino de Estado y democracia. García-Page no se alinea con los barones del PP contra su presidente y secretario general, Pedro Sánchez, para oponerse a la ley de amnistía, ni al sistema de financiación de las autonomías. Se opone al cambio de modelo social y económico de este siglo, que exige mayor eficiencia y bienestar de la mano de la gestión pública. Fracasar en eso tiene que ser culpa de otro.